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Moscou y otras ciudades del imperio. A pe-
sar, sin embargo, de esto, paréceme que
hemos podido conocer ya algo esta ciudad,
aún cuando no la veamos en el esplendor de
un invierno de 30 grados bajo cero.
He hablado ya en un articulo anterior de
cómo trabamos conocimiento con los caracte-
risticos 2swoschschiks. Pues bien, exacta-
mente lo mismo que de los coches de plaza
de Wilna puede decirse de los de San Peters-
burgo. Cierto es que desde la estacion vini-
mos hasta el Hotel en una cómoda kareta ce-
rrada y tirada por dos caballos, pero pronto
hubimos de convencernos de que era indis-
pensable servirse de la droschka ordinaria,
si queriamos no perder los dias hermosos.
Por cierto que tan solo fué al cabo de algun
tiempo que pudimos aprovechar esos vehincu-
los como se debe y por su justo precio, pues
no solo son los cocheros petersburgueses
listos como el rayo para engañar alincauto,
sinó que, careciendo de tarifa oficial, está el
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