y
Eg
A
serénas, frías, inmóviles en sus asientos,
respondían con una sonrisa extraña al ca-
ballero... a Juan Buridán, que, habiendo
'saltado al suelo, con los talones juntos, la
mano en la empuñadura de su tizcna, co-
mo en una parada, las saludaba...
De todas partes acudía gente... reso
ban gritos de alegría...
Buridán había desaparecido...
Durante aquellos segundos én que per-
manecieron Solas, la reina y las dos prin-
cesas, uniendo sus cabezas, habiándose al
oído, cambiando miradas de fuego, se dije.
"ron cosas misteriosas, cosas terribles, sin
duda, porque cuando se incorporaron es-
taban trémulas y lívidas... ellas que ape-
nas habían palidecido ante la muerte.
Un jinete de.tez cetrina, de mirada bur-
lona, se acercó antes Que nadie a la ca-
rroza inmóvil,
La reina miró tras sí, y viendo que t
nía tiempo de hablar, consultó por timo
vez a sus hermanas con una o jeada.
-—Si—respondieron las princesas con los
ojos.
—;¡ Stragildo l-—dijo la reina Margarita.
El jinete se acercó y se inclinó, con una
sonrisa irónica «a los labios.
Con voz queda, trémula, entrecortada,
preguntó la reina:
——¡ Conoces a los dos caballero
acusado a Marigny ?
—¿ Felipe y Gualter
Ññora.
—Stragildo, ¿conoces al joven que ha
provocado a Marigny ?
—¿ Y queacaba de salvar a vuestra ma-
«jestad? y
Sí, ¿le conoces
meciéndose.
—¿A Juan Buridán? Le
fora.
¡Stragildo +—murmuró la reina—quie-
"o hablar a esos tres caballeros. ¡Bús-
Calos, encuéntralos, tráemelos!
-——¡¿Cuando?
—; «Esta noche!
En aquel momento llegaban infinidad de
caballeros, rodeaban la carroza medio des-
La-
s que han
d'Aulnay? Sí, se-
2—dijo la reina estre-
trozada y lanzaban frenéticos ViVas...
rote de EL LIBERAL
—;¡Salvadas, salvadás! -
—¡ Vivan las princesas! ¡Viva la reinal.
Stragildo se inclinó aún más; su diabó-
“lica sonrisa tornóse más burlona y mur-
muró wsta sdia palabra:
pS, : Adónde?
Y mientras Sa e laba con la mano a la
mucheduntbre que la rodeaba, mientras
daba las gracias con una sonrisa, Marg zarita
de Borgoña respoudió con voz aún más
sorda:
-—¡ A. la torre de Nesie!..;
IV
El padre de Mirtila
Las sombras de la noche envolvían al
Huerto de las Rosas. En las cercanías todo
era soledad y silencio. En la obscuridad,
la masa ppt, E del Temple aparecía más
temible,
truo en acecho.
da en el alféizar de una venta-
12,
Mirtila, con el corazón palpitante, mi-
3
E
li]
y Su silueta semejaba algún mons-
E er camino por el cual debía llegar su 4
padre; pero sus 0JoSs
se fijaban €
ttremecía.
— Gillonne — murmuró
que mi padre busque
de ese castillo me hielg de
—¡Cdras de Ss e a
esbozando una sonrisa.
a Veces, a pesar suyo,
— será preciso
espanto...
1
ber que vuestro querid
está libre e todo peligro,
ha « ere a la reina
euna magnífica recoí «NPEnsa del rey?
sino que ader
Ea
an de 3
Date E
sativa.—| salvado a lá
Monne... ¿es verdad que la rel ps la
hermosa como dicen?
——Tan hermosa
Ha
134
einal...
ciudad están per rdidamente enamorados d
ella. Pero la reina es todavía más prudent
que hermosa, Y además, ¿quién se atre
en la sombría fortaleza y se es- *
DE a casa, la vista Í
lo que le valdrá dl A
“verdad murmuró Mirti la pen- 1
Gi- A
es... tanA
» que todos log caballeros '
de la corte y hasta muchos hidalgos de la
dijo Gillonne, +
Sin embargo, no
deberíais temer nada. ¿No acabáis de sa-
Buridán, no an ]