Foietin Se EL EIBERRAL
a a Marieny!. ¡Márións, iAioléhio,
vería condenar a morir ante su vista a
aquella niña a quien adoraba! Y luego, él
- mismo subiría al cadalso! Esto era lo que
Carlog de Valois se decía al penetrar ex
casa de Mirtila.
'Gillonne había dejado abiertas las puer-
tas. Llegó a la sala en que Mirtila, senta-
da en un sillón, con la cara entro las ma-
nos, olvidada ya del ruido de los caballos
EA de las armadur as, pensaba en su desgras
y CÍa;.. i ¿ 3
| —¿Soís VOS . la llamada Mirtila ?—pre-
- guntó con dureza Valois al entrar.
—Yo soy, señor—respondió la joven, que
- se levantó temblando. .
3. Valois añadió:
-—Joven, estás acusada de sortilegio y
ra gio contra la persona sagrada del
Bruja, en nombre de su Majestad,
: o fe...
Quería decir: “¡Te piendo!...”, y la
frase se ahogaba en su garganta.
El conde de Valois tartamudeaba, par
lidecía, enrojecía y devoraba con los ojos
ala hija de Enguerrando de Marigny!...
¿Qué paseaba en su interior? ¿Qué trans.
formación se operaba en su espíritu? Que- '
>
ría decir; “¡Te prendo!...”, y sobrecogj-
do de estupor y de admiración murmuraba
para sí:
. —¡Cómo! deta es la hija de Marigny!
¡Cómo! ¡esta es la joven a quien voy a
“entregar al verdugo! ¡Cómo! ¡esta es la
“niña a quien voy a acusar ide hechicería!
¡Cómo! ¡tanta belleza, tanta gracia y tan-
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“ta inocencia reunidas en un rostro hu-
mano!
¿Qué era lo que pasaba en el alma y en
el corazón de Carlos de Valois?... ¡Que
una pasión violenta, avasalladora, Eta
ble, por lo repentina, una de esas pasio-
' nes que a veces hieren el corazón del hom-
bre de improviso, como hiere el rayo la
encina, se desencadenaba en él! ¡Era que
sin darse cuenta, sin confesárselo, Carlos
de Valois, cuado creía luchar con una pie-
dad fugaz, comenzaba a amar con 'toda
gu alma, con todo su corazón a Mirtila, a
a hija de Enguerrando de Marigny!...
+
¡At ole da. dit acusación, Mirta
vaciló. Sabía demasiado bien lo que le es-
peraba, aun siendo inocente, y que seme-
jante' acusación constituía la muerte, la q Á
más espantosa de las muertes, en el tor= A
mento y entre las llamas, e
Enloquecida de horror cruzó had manos, $
levantó hacia la sombría faz del recién $.
UELAdO la radiante pureza de sus ojos $
azules, y eon voz «débil, semejante al que- $.
fido de una cierva acosada, murmuró sen: 3
cillamente. | n e
-—¡Oh! ¿Qué os he hecho?... E Y
Era tan imprevista esta pregunta, tan $
desgarradora, revelaba una intuición tan f
profunda de la horrible verdad, que toda f
defensa elocuente hubiese parecido inútil, $
y falsa después de aquella exclamación que $
lo expresaba todo. E
Valois, conmovido, permanecía mudo;
azorado, y perisaba: ¿3
—; ¡Es imposible! ¡Es monstruoso! ¡m9 y
preciso que huya!
Decimos que pensaba esto. Pero de una
manera vaga, imprecisa... Lo único que ,
comprendía era que sentía un verdadero A
vértigo de horror al pensar que iba a en- 3 o
tregar aquella niña al verdugo, que no $ SN
deseaba ya su muerte, que lo que en $
aquel momento ansiaba con toda su alma y
era que pudise vivir. ¿
Sin darse cuenta de lo que hacía se acer.
có ala Mentana y murmuró: 3]
-—¡Puede huir por aquí!..., escueta, 3 pos
SS a
niña, yo..
——¡ Monseñor! ¡Monseñor ] — gritó en. A
aquel momento una voz.—¡ Ya. tengo en $
mi poder lo que busctábamos! ¡He encon= :
trado el maleficio!... ¡Horror! La bruja
lo tenía escondido en una pila de agua $
bendita, debajo de una imagen de la y] d
gen! de |
El jefe de los arqueros hacía irrupción 3
en la sala, agitando la figurilla de cera. E
Al mismo tiempo los soldados entraban $
en tropel, lanzando terribles imprecacio-
nes; en un instante rodearon a Mirtila, la
cogieron, se la llevaron...
Loco de espanto, no por la prisión de
" Mirtila. sino por lo que veía en ae fonda