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La To rre de MNeste
e
ados. En aquel momento, el dueño del es-
tablecimiento gritaba con VOZ 1OMCA:
A La hora de queda!... ¡Salid, caballe-
-Fidos parroquianos míos!...
de —¡ Mala peste te entre! :
—¡Que la fiebre maligna te haga tirita
: hasta -Gue revientes!
Ly Tu i¡Que Satanás te reserve su mejór cal-
20: dera!
Tales fueron las exclamaciones que,
acompañadas de otras lindezas, acogieron
el ultimátum del amo; pero al fin, y aun-
Que y regañadientes, le obedecieron, y la
Multitud fué saliendo poco a poco.
Siciones relativas a la hora de queda no
qe Concernían, porque atravesando, como
MEMOS dicho, la sala principal de la posa-
. da, entró en una habitación retirada, en
dende dos hombres, que tenían trazas de
darse buena vida, estaban sentados ante
Wa mesa, en la que se veían los restos
¿e Un ave, un flan intacto aún, infinidad
de botellas vacías y unas dos a tres toda-
Vía llenas.
—¡Salud, Juan Buridán!—gritaron los
40 hombres, alzando sus vasos.
-, TiSalud, Riquet Handryot, rey de la
- Pascche! ¡Salud, Guillermo Borrasca, em-
Derador de Galilea?!... ¿Qué tal, amigos, os
Pm tratado bien? ¿Habréis bebido y co-
- Mido hasta hartaros ?
Tus órdenes, Buridán—dijo Guillermo
- POYrasca,-—han sido ejecutadas punto por
de Punto por el digno dueño de esta casa...
ed tamos satisfechos...
O a i—añadió Riquet Andryot,—pero Bu-
- 'Mén no ha venido a compartir la comida
- Que nos ha ofreiido; la mejor que he sa-
o desde la última fiesta de log lo-
525 Lg no hay nada que comer...
o aún queda que beber-——dijo Bo-
29 re 2—, Bebe Buridán, bebe, hermano...,
3 tu salud,
; ojo rtidán clavó en los dos borrachog sus
dls _£Tises y murmuró:
Ea En este momento están dispuestos a
*Soptar las resoluciones más heroicas!
X vaciando de un trago el vaso que
¡Salid, estudiantes!... ¡Salid, que-
pR MAS 4 e e . a . ,
—Buridán juzgó, sin duda, que las dispo-
acababan de llenarle, apoyó los eodog ex
la mesa, y dijo: : o di
——Ahora, escuchadme... y
-—Espera — interrumpió Riquet Han.
dryot—, espera que divida este flan en
tres partes fraternales, es decir, iguales,
porque el principio de la fraternidad es
la igualdad; así lo dice con todas sus les
tras Aristótoles... *
—¡Bah! — dijo burlonamente Borras"
ca-—, tú crees que Aristóteles... a
El resto se perdió entre un gorgoriteo
que debía ser una carcajada.
Aquellos secuaces de Baco eran dog per.
sonajes graves e importantes.
E era rey de la Basoche,
El otro, emperador de Galilea.
El lector hará mal en creer que estos
títulos eran títulos irrisoriog de reinos qui.
méricos y fantásticos imperios. Ni tar»
daremos en ver que el reino de la Basochs
y el imperio de Galilea eran dos asocias
ciones muy importantes. Por el momento,
contentémonog gon decir que estos títu-
los rimbombantes no podrían ser mág au-
ténticos, puesto que el rey de Francia
los reconocía, puesto que la monarquía de
Francia necesitó siglos enteros para des.
truir las monarquías de la Basoche y de
Galilea, y puesto que las dos corporacio-
o
neg contaban con grandes privilegios, y
hi
. gus jefeg gozaban de una autoridad que
podía contrarrestrar la del preboste de Pa.
rís, la de los obispos y la de la: Universidad.
En aquel momento, aquellos dos monar.
cas, a log cuates, como acabamos de ver,
había pagado Buridán un comilona, esta-
ban ebrios de vino, ebrios de discusión
filosófica, ebrios de ternura.
Guillermo Borrasca, a despecho de su
nombre termpestuoso, era de ordinario un
hombre pacífico, gordo, rollizo, colorado
te, sumido siempre, «al parecer, en profun-
das reflexiones, sobre todo cuando dige-
ría una buena comida, reflexiones que, ge-
neralmente debían de ser de color de ro88, .
porque por sus gruesos labios solía vagar
una sonrisa de beatitud. |
Riquet Handryot, aungue más delgado,
más geco, más nervioso, no tenía tampoce
se