quiero hablarle. ¡la a decir al rey que Fe-
pe, señor d'Aulnay, quiere verle!
¿Al rey !—tartamudeó Juana,
.—5í, al rey—repitió Felipe con impa-
. Elencia-——. ¿Qué esperáis para ir a bus.
Carle? | AR
—¡ Mañana! Os prometo que mnañana...
—¡ inmediatamente! -— rugió Felipe —:
¡Oh! ¡dice que quiere ayudarme y me nie-
ga lo único en el mundo que puede sal-
varme!
—¿.Avisando al rey puedo salvaros ?—
Preguntó Juana anhelante, persuadida de
que el preso le hablaba en un momento de
lucidez. '
--Si le veo ahora mismo-—respóondió el
loco—no tengo que decirle más que uná
Palabra y nos salvamos todos.
Juana vaciló todavía un instante, por-
QUe hecesitabá múcho valor paña átrever-
Se 4 acercarze al rey de Francia.
.- —¡Voy a rñorir murmuró Felipe, con
amargura.
—¡No, no!—éxclamó Juana, echándose
8 llorar—, Suceda lo que: suceda, -1o se
dirá que yo no he hécho todo lo posible
Dor salvaros.
Juana salió, rápida y ligera como una
mensajera de esperanza...
Chopin cerró la puerta. El calabozo que-
dó sumido en las tinieblas y el espíritu de
elipe envuelto en sombras. Apenas des-
apareció Juana, cuarido el póbrée demente
¿9lvidó que había solicitado ver al rey. Su
locura tomó nuevamente su forma primi-
tiva, y Felipe murmuró con fervor:
—¡ Ha venido! ¡Margarita ha veñido!...
y volverá, me lo ha jurado!... ¡Si pudie-
Se contar log minutos que me faltan toda-
Vía para verla!...
Transcurrieron una o dog horas.
“¿Cuándo vino?-—se breguntabáa él los
¡CO—, ¿Fué ayer? No, añtes... ¡háée mu-
Cho tiempo!... Me ha jurado volvér...;
.1qué largos se le hacen los instantes al
Que espera!... joh!... ¡aquí está!...
-. Oyóse ruido de pasos y de cerrojos...s
luego, de repente, el calabozo se inundó
de luz y entraron dos hombres, mientras
que algunos - arqueros se alineaban en el
Te pondré en
y ] ROS , O e E A Ral
angosto corredor, prontos a arrojarse sos
bre el prisionero a la primers señal.
Agquellos dog hombres eran el rey y el
conde de Valois, POE
Felipe los miraba con asombro.
— ¿Quiénes sois ?-——preguntó. - !
—-¡ La pregurta es graciosa !-—dijo Luis.
Veamos: ¿estás decidido ahora a decirme
el nombre de la mujer que me traiciona?
¿Voy a conocer, por fin, el secreto que
contenían aquellos papeles que quemaste
en la Torre de Nesle? Escucha: te has
atrevido a rebelarte contra tu rey... te
has atrevido a tláamenazanme... ¡Todo te
lo perdono si hablas!...
¿n aquel momento, por entre log solda=
dos que vigilaban la puerta, se deslizó un
hombre, que, sin duda, podía entrar y sas
fir libremente por todas partes, porque log
arqueros le dejaron pasar con una especie
de temeroso respeto,
Er¿ Strayildo.
Asomó la cabeza por la puerta del 'ca-
labozo y escuchó lo que se decía.
—¡ Viamok !-—-prosiguió el rey—, ¿Quién
te ha preso? ¿Quién te ha encerrado en
este calabozo?... Te perdonaré, ¿lo oyes?
libertad si consientes en
hablar, en decir, toda la verdad «a tw
rey.... | ¡
Felipe d'Aulnay.le miraba con uña exa
presión extraña. En su espíritu €fectuás
ase un trabajo prodigioso. Su razón no
erá ya más que un caos. Y un relámpago,
uno sola, una luz siniestra brillaba en la
obscuridad de aquel cáos....
¡Felipe estaba loco... y en aquel instanw
te se daba cuenta de su locura !
Felipe acababa de reconocer al rey.
Felipe sentí) comprendía que de un
momento a otro iba a caer en un estado
de- completa demencia, que su razón se
substraería entonces a su vigilancia...
¡Oh! Emntontes..., ¿mo sería cada una
de sus insconscientes pálabras una acusa
ción contra Marearita?... E
.—¡Habla!—dijo de nuevo Luis—=+: ¡han
bla, por Nuestra Señora, o hago que te
desuelien vivo y mando arrojar tu cuerpe
2 los Derros!..,
,