dd
d Y
4 cen ; /
£Stro de Carlos de Valois, tío del rey de
Ncia. E :
Este rostro tenía una expresión triun-
lante de odio satisfecho.
E Coincidencia extraña: precisamente en
| “Ll instante en que Enguerrando de Marig:
“Y estrechaba en su mano el pergamino
ue le entregara Wilhelm Roller, el conde
“e Valois, que seguía al primer ministro
aidistancia, oprimía en su mano crispada
Mtro pergamino. Pero este ostentaba el
Sello real,
“He aquí lo que acababa de suceder en
8 Louvre:
p Después de la entrevista del rey de
Tancia y del rey de la Hampa:; después
e la muerte de Hans; después del rescate
> Marigny, de jos nobles y de los arque-
S encerrados en la Corte de los Milagros
q la atrevida maniobra de Buridán, Luis
Utin, cumpliendo religiosamente la pa-
Abra que había dado, ordenó a log jefes
“e retirasen las tropas, y, vencido, pero
humillado, se retiró al Louvre.
El rumor de esos extraños acontes
Montos consternó a París, que después de
er confiado en-que al fin se vería libre
A de aquella llaga que llamaban la Corte de
'S Milagros, se enteraba con estupor de
M6, por el. contrario, los privilegios del
“o de la Haimpa habían sido confir-
idos, ]
Los parisienses tuvieron, pues, que ha-
rad a la idea de que durante mucho
“£Mpo todavía estarían a merced de los
Mendigos por el día, y de los truhanes por
.Yoche,
Es justo añadir que el rey leg reservó
Y consuelo bajo la forma de una contri-
Ción que impuso para pagar los gastos
' Una expedición, emprendida únicamen-
te, Según él decía, por el honor y la tran-
| MWilidad de su querida ciudad de París.
y dad es—agregaban-—que todavía no se
'Abía dicho la última palabra sobre aquel
“unto; que la Corte de los Milagros ha-
sido respetada aquella vez, porque
imposible que el rey no cumpliese su
Ja; pero que si lograba, camo pre-
Ñ . PI >. Are ,S 4
k -
a -205
do pin .
tendía, ser relevado de su jurgimernto, se
repetiría el asalto, con el firme p
to de exterminar haáíta el último |
de aquel barrio. París pagó. : os
Esta breve frase encierra, por lo demás,
la historia de París y de otros muehog
países, desde ley tierimpas más relmotóg
hasta los venideros. Comoquiera que sea,
si París estaba de mal humor, se «guardó
muy bien' de manifestarlo. Pero ol rej
también estaba de muy mal humor, y Á
no tenía ninguna razón para disimularió
Durante todo aquel día el Louvre 'retum-
bó con las explosiones “de la cólera del
rey, que por la menor-cosa armába un ur
cándalo. Ñ E
Esta cólera del rey se manifestaba com
* tanta mayor violencia, cuando que no te-
nía a su lado nadie que pudiese Ccalmar-
le; nadie: ni sus cortesanos, ni Valois, su.
consejero íntimo, ni la reina, que, al en
terarse de lo que había ocurrido en la Cor-
te de los Milagros, se había enverrado en
sus habitaciones, ni Lancelot Bigorhe, que
había desaparecido sin que nadie pudiera *
decir. al rey lo que había sido de él. Nues-
tros le" :ores lo saben, puesto que le: han.
visto en el Temple. Serias a
Pero Luis Hutin, que tan pronto 'se ha-
bía acostumbrado a lag muecas de su efó-
mero bufón, preguntaba por él una vez y.
otra a todos los ecos del Louvre, arnque
inútilmente. ES
Bigorne estaba lejos. Y lo probable es
que no volviese tan pronto a hacer reir al
rey Hutin, que tanto gustaba de reir. Luis,
después de haber tratado de desahogar su
ira con los criados o cón los muebles, en-
vió a buscar al conde de Valois, que prom».
to estuvo en su presencia, 2202 000.
Luig Hutin iba siempre derecho a su:
objeto; no conocia los tortilvosog caminos '
del disimulo. LO Lo
—Quiero que me expliquéisc—dijo. en
cuanto tuvo a su tío delamte-—-una cosa que -
me ha dicho de vos Lancelot Bigorne. -: A
—¿Lancelot Bigorne?— murmuró - Ve.
lois, sobrecogido de indefinible témor.
z : -52 :
nx. br
e AN e