Mdenados polizontes, debíamos
dejado todos la piel. ¿Qué decís a
eñor Felipe?
I80—respondió fríamente Felipe
to que en el tercer encuentro, que
Mo de ner lugar dentro de un instante,
Nosotros, por lo menos, perderá la
¿Quién será, si no os parece indiscre-
o, ponia? No me disgustaría saber-
a € si por casualidad fuese yo, ¡por
sa Enabé!, por lo menos quería con-
tes de morir. Como no llevo
Vido, 00 en el bolsillo, ni vos tampoco,
da e rio tendréis más remedio,
Mo lpe, que recibir la confesión de
ene du Cristiano que, por lo demás, sólo
E domasia de acusarse de haberse mostrado
ly oO clemente con algunos judíos, a
e tenía el deber de dar pasaporte.
Moo va a morir—dijo Felipe—no
4 confesión.
null ¡Ah! Y ¿quién es?—preguntó
o I—respondió Felipe.
bra. 'éron corriendo, sin añadir una par
el pero Bigorne pensaba:
Vicio Ta muchacho! ¡Cómo trastorna
e 00 el amor! Este no está aún loco,
-DOCO le falta,
ontraron ante la puerta indicada
le ón dió los tres golpes convenidos.
.
A
sd
e Molver al palacio de Valois, Gillon-
As Uscar a Simón Malingre al cuar-
Mc beba cerca de las habitaciones
' Mine, Malingre estaba sentado ante
Y examinaba con curiosidad un
Pad manejaba con precaución.
dule lISamente iba a mandarte llamar,
€ prometida—dJijo a] ver a Gillon-
Ontas a escaparse de sus labios.
€ QUÉ se trata ?-—preguntó.
é sin responder, levantó el fras-
primía entre sus dedos índice
-y pulgar, y
aparentó examinar su contes
nido con mucha atención mientras silbar
ba una canción popular. Luego se echó q
reir. E
—Gillonne—dijo al fin—, ya hace mus
cho tiempo que corres tras la fortunas
Pues bien; aquí dentro está. y
Y Malingre volvió a reir como él reía,
es decir, torciendo su repugnante boca YX.
enseñando unos cuantos dientes descam+
nados. a
Gillonne, puesta en guardia, esperaba y
pensaba. : red:
—Dentro de poco reiré yo.
—¿ Ves este frasquito, querida ?—conti-
nuó Malingre—. Pueg bien; lo he compras
do yo mismo en la calle de San Martín,
en casa del herbolario al cual hemos he-
cho ya más de una visita, ora por cuenta
nuestra, ora por cuenta de nuestro amos '
—¿De modo que es un veneno ?—pre-
guntó fríamente Gillonne.
-—Tú lo has dicho—contestó Malingre,
con la misma sonrisa diabólica que hemos
tratado de describir. O
—¿ Y para quién?—dijo Gillonne,
—Vas a saberlo, mi dulce amiga. En eg.
te momento hay en el calabozo del Term
ple una mujer... pero tú la conoces. Es
precisamente la que vivía en la casa en-
cantada del cementeriz de los Inocentes,
aquella a quien-tú seguiste desde el Prés
aux-Cleres; aquella, en fin, cuyo domicilio
me indicaste con tu acostumbrada amabis
lidad. o:
Gillonne no pudo menos de estremecer”
se al recordar la escena que evocaba Ma.
lingre, y su pálido rostro tornávase lívido,
—¡Ah! ¡ah!—exclamó Malingre—, veo
que me guardas rencor. Haces mal, Giilon-
ne; aquello lo hice, tanto por tu propis in-
terés como por el mío, puesto que debemos
casarnos. Y la prueba es que ya empiezan
a llover sobre ti log honores. No solamen-
te te ha encárgado monseñor vigilar a la
joven, sino que además te encarga... .
Simón Malingre se interrumpió: :
—;¡ Matar a la mujer ! —dijo Gillonne, con
la misma frialdad. TE.
-—No conozco mujer tan inteligente com
e
o
A A
Pe 70 A A dl