Full text: Buridán

  
eS 
a pe 
  
ao Forner de EX LIBERAD 
  
  
Y: De qué maldición hablas, querida her. 
Mana ? 
| —¡Qué importa!-—dijo la reina, ton im 
paciencia—4 ¡Np ¿habéip trespondido a mi 
pregunta, ¡O Las preguntas se agolpan 
a mi pobre “Wente!-—continuó para Sí 
¿Qué ha sido de Mabel? ¿Qué ha sido de... 
de mi hija... de mi rival? ¡Y de ellos! 
¿Qué ha sido de ellos? ¡Oh! Haber tenido 
gn mi poder a esos hombres y... E 
y Interrumpióse de repente, se levantó;c0s 
rr a pasear febrilmente y luego aña? 
OS PD 4) sl : 4 
| *—Juana, Blanca, escuchadme, Mientras 
Esos hombreg vivan no hay tranquilidad 
posible para mí ni para vosotras... : 
Juas dos princesas se estremecieron. e 4 
_ —¡ Quethable uno de ellos-—continuó gor+ 
damente la reina—, y los misterios de la 
¡Torre de Nesle serán del dominio público! 
(Y' en ese caso, a lag tres nos espera la muer* 
te ignominiosa y terrible en el fondo de un 
fralabozo, Burmeor Bb y Y 
| "Juana Y Blanca se miraron, palideciena 
lo. Aquel era también el torcedor de su 
existencia. Pero menos expuestas que la 
reina, a: causa de la ausencia de sus es- 
posos, trataban de dominar su inquietud, q 
, por lomenos conseguían disimularla. 
| Es necesario encontrarles—dijo Juas 
na—. Eg preciso que Felipe y Gualter 
d'Aulnay sufran la suerte común de ... 
: Delos que les han precedido-—agre- 
xó Blanca con voz ronca. | 
Estoy maldita—murmuró la reina, de 
' ¡Durante un instante las treg mujereg 
Ppermanecieron silenciosas, escuchando con 
Ma profunda atención de aquellos que saben 
que una palabra Suya que llegue a ajenos 
oídos puede costarles la vida. Y cuando esa 
vida es bella, cuando se presenta bajo la 
forrá4 del placer'en medio de la más desen- 
frenada, libertad, es horrible el verga ex* 
puesto.a perderla. 7 
|. En aquel momento, dos azafatas, prece”' 
Midas por una «peña de honor, entraror 
, fina mesg en que estaba servido el almuer- ” 
«uo de lag princesos.. 
Luego, a una Lan 
1 la dueña desaparecieron, - 
te 
y de la reina, las azalar 
y » 
  
; í Divirtámonos !—dijo Juana» ee 
vinos de España son un remedio sob* 
eontra las cavilaciones y las tristeza? 
Las treg hermanas se sentaron a 12”, 
Ba, sirviéndose ellas mismas, y pronty 
efecto, se notó la influencia de lo3 e) 
de España. Sus ojos relumbraron, sud =$ 
jillas recobraron su-color sonrosado: : 
* —Y0—dijo entonces Blanta—, NO y 
en lag maldiciones. ¡Qué importa on 
labra! ¡Se la lleva el viento y se acab ' 
; —¡Es verdad !-—agregó Juana, que Ñ 
menzaba a exaltarse—. Y aunque la 4 
dición pudiese causar algún trastorDa q 
una existencia, no resultarían demasry 
carag las embriagueces de esa existen 
si se parecía a la nuestra, Ven, Mar£ / 
ta. ¡Vamos a ver log leones! ... Be 
' Pero feg que no me confprendél A 
dijo entonces Margarita, cuyos ojos rela j 
paguearon—. Si se tratase de esas 
ciones anónimag que resuenan al. pas% y 
log poderosos de la Tierra; si no se trado 
más que de los anatemas lanzado3 pa 
una esfera tan-baja que no pueden al 
zarnos a nosotros los que nos elevamos 
encima de las.multitudes, no me pre 
paría. Pero.ese hombre que. me ha M8 fi 
cido... do 
—¿Erá hombre?-—repitiefpn- las | 
princesas, con curiosidad, á po 
—Escuchad. Stragildo acababa de % 
derarse de los dos. Uno de ellos me, 
reconocido. Di orden de matarlos. Y % al 
me impacientaba, £ubí: al último pa | 
la: Torre, ereyendo que todo había conf 4 
do... No, no había concluido... Vi alu 
el rostro. lívido de ese miserable Gual! 
y entonces, en aquel momento terrible; 
cuando, con sus ojos relampagueantes» yA 
su mano que se tendía hacia mí col 
gesto amenazador, con sus labios cré 4 
dos, con todo su sér, me maldijo. A ¡ 
¡8 
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entonces. nada me sale bien... Siento ya 
sobre mí pesa la fatalidad y que me 24 
tra a una suprema catástrofe... 0 : 
miedo... 
ua carcajada nerviosa, — 
-—¡ Locuras !-—exclamó Juana; jan ra0ó ] 
y 
7 e 
 
	        
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