—Folletín “de
it
ate las cuales la antorcha que había
llevado Gillonne proyectaba una claridad
va ga, pero suficiente. si repente lanzé un
Tu ud acababa de ver las llaves.
nionces pYanzó quanto le permitió Ja
longitud de las <
Gillonne, 2 quien estrech
mente contra gu cuerpo,
Un suspiro de terror escapóse de su pe-
cho; por mucho que avanzase no podría
alcanzar las llaves, que brillaban confusa-
mente en la obscuridad y que se le apa
recían COTaAo el más dez. cahie de los ES úrOog
que su alma de avaro pudiera codiciar.
Entonces se tendió en el suelo cuan lar-
ge era con la esperanza de poder estirar
una mano hacia las llaves libertadoras, y,
enloquecido, soltó a Gillonne, a quien no
_$u seupaba ya de vigilar,
Eutirándose, pues, sobre las losas, como
hemog dicho, trató de adelantar una ma
no; y un gemido lastimero expiró en sus
- lívidos labiog cuando se con y Snció de que,
lejos de poder alargar la mano, € n aquella
postura «e ie quedaban los Draz og atr:
porque lag cadenas qu lo me 2ban las
muñecas eran demasi: dba Gorte
¡Y las” llaves sd pc sólo
tas pulgadas de sus ujos!
El acido pará
eadenas, que se le clavaba
Jadeánte, trémulo, trató
boca las llaves. En log
cía de cuando en cuando, Se
poco por efecto de la roisma tirantez de
las cadenas, y luego volvía a caer de bru-
cós cóntra las losas. Y ezta lucha en el
fondo del calabozo, que la antore: 12 iumi-
m2ba, esta lucha junto a aquella mujer Sin
> esta lucha de auuel hombre convul-
s0 que se arrastraba por el suelo y alar-
gaba desesperadamente las lláves
sus labios, que pronto estuvieron hincha.
dos y llenos de sangre, esta lucha tenía
un no sé qué de repugnante, de fantástico
“de espantoso...
Al fin, Simón Malingre, compren só
e. e sus energías inútilmente; s
”asculló pordamente yna imprec
aba convulsiva-
6
5,
de las
carnes.
econ la
que ha-
¡QY rantaba ui
7 .
acid
adenas, pero si in soltar a.
guntó al
y se acurrucó en su rincón, pero :
apresar nuevamente a Gillonne. -
—;¡ Por lo menos—dijo—tú morirás
migo!
azi inmediatamente abrió Gillonne
nh instante aa apeció estupefacta
en brazos de Simón.
<A
Malin
qe
e]
pa 're sollozaba, pero sus
llos ciavában disimuladamente en Gil
ne una mirada de esperanza. Y, en efedl
en el momento en que Gillonne volvía
el, una Mea repentina había iluminad
mente de Simón.
Durante unos segundos Gillonne, ape
do a toda su sangre fría, estudió el rosl
de Meligre, y tanto este tiempo sól9
oyeron los sollozos de Simón, que iban
“crescendo” y que pronto alcanzaron”
diapasón del dolor más exagerado.
-——Pero, por qué lloras, imbécil-—p!
fin Gi Honne.
—¡ imbécil! ¡Me dama imbécil !—
Malingre—. ¡Ese es el nombre que me
tá cariñosa. ¡Diog poderp$
pego tando está
¡Diog de misericordia! ¡Será posible 4
mi Gillonne gwarde aún rencor a su
món ?
—¡Qué quiere decir tea)
GH lonne escuchando atentamente.
Malingre redobló sus sollozcg y
buceó:
-—;¡ Me presuntas por qué lloro?... Pú
des pas lo cuando tengo el cú0l
zón hecho pedazos. ¡Ah!, Gillonne, es PO
cle que tú, a quien tanto amo, que tú, Y
prometida, me hayas condenado a UN
muerte tan horrible! Y jo más horrible
es la muerte, es el saber que no
quieres.
—¿25e habrá vuelto loco de miedo?
preguntó Gillonne.
—Y cuando pienso que tú vas a
conmigo, ya no es dolor lo que experi
to. es desesperación. Porque vas a mó
conmigo, Gillonne mía. |
-—¡ No, no está loco!-—se dijo Gillonne
¿Por qué voy a morir contigo? Exp
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