LA MASCARA ROJA
'oximaba y este desenlace no podía ser otro que la ren-
tan inmediata Ricardo, que hablando con Lorenzo le
—T'ú estás herido todavía; yo he librado * la vida por casualidad;
Vidal tiene para días aún de cama, y no ha de ir muy bien; de nuestra
gente hemos perdido una tercera parte; pues, sin embargo, no es esto lo
que me apena, amigo mio; lo que me tiene desesperádo y no quisiera
verlo, es que tengamos que rendirnos, que tengamos que consentir que
los franceses pisen este suelo que tan empapado está con nuestra sangre.
—De modo que puede considerarse perdida ya toda esperanza, —dijo
Lorenzo.
—Y tan perdida. Los franceses pueden renovar sus tropas; uva divi-
sión puede sustituirse con otra y mientras la una descansa y repone sus
pérdidas, la otra combate y ataca. Pero aquí somos siempre los mismos,
y cada día, cada hora hay menos, porque vamos cayendo. No hay más
remedio que sucumbir.
—Pero será bajo buenas condiciones.
—Sean las que quieran, siempre somos vencidos, y esto es lo que me
indigna.
—Es decir que la Junta de Defensa ha acordado ya rendirse...
—La Junta está en sesión permanente y sigue resuelta á resistir; pero
demasiado se ve que no hay resistencia posible.
—Lástima ha sido que nosotros hayamos venido á encerrarnos aquí.
Al menos en campo libre tendríamos esperanzas de escapar.
—Es verdad. Pero nos pidieron que les ayudásemos; nos pusimos de
acuerdo cun Lazán, y, aun cuando breve, han tenido un periodo de res-
piro los zaragozanos.
—¿Y crees que nos desarmen?
—¡Rediez! ¿Y crees tú que yo me dajaría desarmar ni consentiría que
ninguno de los míos entregase las armas? —repuso Navarro con iracun-
do acento. ,
—No te alteres así, maño,—dijo Lorenzo, —porque yo pienso lo mis-
mo que tú. Pero si nos lo impusieran por condición. ..
—No la aceptaría.
—Bien, maño, bien. Ni yo tampoco.
- Y Lorenzo estrechó la mano de su jefe.