LA MÁSCARA ROJA 13
« —Hasta el día en que el general francés y su Estado Mayor lleguen
aquí.
—¿Con qué carácter os he de presentar?
—Con ninguno Seré un criado como todos los demás; con alguna
Más experiencia y más conocimiento del terreno, por efecto de los años,
pero nada más.
—¡Ah! Vamos. Ya comprendo. Os presentaréis disfrazado.
—Desde luego. En los tres años que llevo peleando con esta gente he:
tenido que adquirir gran destreza para disfrazarme á fin de poder intro-
ducirme entre ellos
—Pero os exponéis...
—Si la vida la tengo expuesta siempre. ¿Qué importa morir de un
modo ó de otro?
—No quiera Dios que os suceda ningún percance en esta nueva etapa
que vais á recorrer.
—Un día ú otro he de caer.
—¿Dónde tenéis vuestra gente?
—Cuatro leguas de aqui,
—¿Y váis á recorrerlas así, solo y sin nadie que os guarde las
.paldas?
—Me las guarda, señor marqués, el conocimiento que tengo del
Freno y la serenidad, que hasta ahora no la he perdido jamás.
Ricardó vendió algunos de los objetos que llevaba á los trabajadores
y poco después emprendía la marcha huyendo de las carreteras y apro-
vechando los atajos y veredas solitarias, á través de los bosques ó por lo
Más áspero de los montes.
Así llegó hasta la orilla dé un río que vadeó sin peligro alguno y al
Salir á la orilla opuesta apareció un guerrillero que apuntándole con el
trabuco le dijo:
—¿Alto! ¿donde vais?
—¡Bien Manolete! —exclamó Navarro hablando con su voz natural y
arrancándose la barba rubia y el bigote que le habian servido para su