LA MÁSCARA ROJA
papel de buhonero.—Así me agrada que se haga el servicio. ¿Dónde está
la gente?
—En el valle, —contestó el voluntario, bajando el arma y estrechan-
do la mano que su jefe le había tendido.
—¿Ha habido alguna novedad desde que yo me marché?
—Ninguna.
—Me alegro. Haz la señal.
El guerrillero dió tres prolongados silbidos, después dos, y finalmen-
te uno prolongado.
Ricardo desapareció entre los árboles.
Subió hasta lo alto de la montaña y ya otro centinela le salió al
encuentro también. y
—Como ya he oído la señal de Manolete, —dijo á su jefe, —también la
he repetido al campo. Ved ya viene Mariano.
Efectivamente, al pie de la montaña, en un valle formado por las
estribaciones de ella, estaba descansando la partida de Navarro.
Fuerte, á la sazón, de seiscientos hombres, todos ellos aguerridos;
excelentes tiradores en su mayoría y mandados por jefes queridos y Pe8"
petados, eran verdaderamente terribles,
Mariano, el amigo de Navarro y su ayudante de órdenes, por decirlo
así, subió precipitadamente desde el valle saliendo al encuentro de SU
amigo.
—Llegas en buena ocasién,—le dijo cuando pudo oirle.
—¿Qué ocurre?
—Que tenemos cerca al enemigo.
—¿Do veras? —exclumó Ricardo.
—Sí. Según nuestros exploradores deberá llegar su vanguardia
mañana al amanecer al desfiladero del Romeral.
—¿Quién ha ido á explorar?
—Lorenz y cuatro de nuestros compañeros.
—¿Que gente forma la vanguardia?