LA MÁSCARA ROJA
MERCIER HERIDO
Con gran detención estuvo Ricardo mirando todo el espacio que:
comprendía el desfiladero.
Lorenzo que le acompañaba en aquel reconocimiento no pudo menos
de decirle:
—Por muy torpe que sea Suchet, no dejará que entre en el desfila-
dero su division sin que vaya flanqueada por numerosas fuerzas.
—NÓ podrán ser muy numerosas. En primer lugar, no puede la
caballería flanquear. Ha de ser la infantería y harto tendrá que hacer
con procurar no establecerse en alguno de los despeñaderos que hay
por aquí.
—También nosotros correremos el mismo riesgo, —dijo Lorenzo.
—Estás en un error. Nosotros estamos acostumbrados á correr por
estas asperezas y nuestros hombres no llevan nada que les embarace, la
canana Ó la bolsa de municiones, el trabuco ó el fusil, las pistolas y el
cuchillo en el cinto forman todo su armamento. wn mangas de camisa
con un sencillo chaquetón, tienen bien libres todos los movimientos,
mientras que el soldado francés, desde el pesado morrión hasta las
polainas que oprimen la pierna, la mochila, las correas, la cartuchera,
todo es pesado, todo engorroso y todo contrario á nuestra indumentaria.
Ya (ves si estamos en mejores condiciones que ellos para andar pol
aquí.
—Pero de todas maneras, el general francés no entrará en el desfila-
dero sin hacer algo para convencerse de que no hay peligro.
—Eso desde luego. Como que ya habrá podido apreciar la topografía
del terreno que ha de recorrer, pueles estar seguro, que ya va su ejér-
cito bien flanqueado.
—Por lo tanto tendremos que quitar de enmedio á esos flanqueado
res.