LA MÁSCARA ROJA
El caballero fijó otra nueva mirada en el buhonero. tan escrutadara
como la que anteriormente le dirigiera, y dijo después:
—Seguidme.
Recogió el vendedor precipitadamente la caja donda guardaba los
objetos baratos para la venta general y el pequeño fardo de tela, y siguió
al marqués que le condujo á su despacho.
Una vez en él, volvióse el padre de Manolita hacia el buhonero que
estaba cerrando cuidadosumente la puerta de la estancia, y sorprendido
dijo:
—¿Qué hacéis? ¿Quién os ha mandado cerrar esa puerta?
—La prudencia, señor marqués, —contestó tranquilamente el buho-
nero.—No hay necesidad de que sepa nadie, que la persona que está ha-
blando con vos es Ricardo Navarro.
—¡Qué decís!...
—Que soy Ricardo Navarro en persona—repuso el falso buhonero,—
y que voy á marchar tan luego os haya dicho el objeto de mi visita.
—Que me place en gran manera—dijo el marqués tendiendo su mano
al noble guerrillero, —estrechar la mano de un patriota tan valiente
como vos.
—Somos muchos hoy, señor marqués—contestó el joven estrechando
la mano que se le ofracia—y todos tan patriotas y tan dignos de la dis-
tinción con que me honráis.
—Creo que habéis dicho que teníais que marcharos tan luego me di-
gáis el objeto de vuestra visita y eso sí que no puedo permitirlo. Ya que
habéis venido... h
—Volveré.
—¿Cuándo?
—Uuando el general Suchet esté alojado en vuestra casa.
—¿Qué queréis decir?
—Que el señor marqués de Campoverde, á quien tuve la honra de
encontrar ayer, cuando abandonaba Tarragona para observar los movi-
mientos que vienen realizando los franceses, de los cuales yo pude expli-
carle algunos, me ordenó que viniese á participaros, que según noti-
cias de la Máscara Roja, es casi seguro, que el general Suchet, estable-
cerá en esta posesión su cuartel general.