LA MÁSCARA ROJA
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Aun cuando ya, el marqués de Campoverde, según don Manuel ma-
nifestó á su esposa había indicado la posibilidad de que el general fran-
cós eligiera su casa como alojamiento mientras durase el sitio de la an-
tiquisima y monumental ciudad, como la califica un historiador, la rati-
ficación que por medio de Ricardo le enviaba, acababa de contrariarle.
—Cuando el general Suchet esté para llegar, yo, si vos me lo permi-
tís, me instalaré en vuestra casa como uno de vuestros criados, más
conocedores del terreno.
—¿Y vuestra guerrilla? —preguntó el marqués cada vez más sorpren-
dido.
—Trabajando para hacer todo el daño posible al enemigo.
—¿Decís que conocéis algo del plan que piensa realizar Suchet?
-—He tenido la honra de explicárselo al señor marqués de Campo-
verde y á don Juan Caxo. ,
—¿Pero cómo conocéis ese plan?—volvió á preguntar don Manuel
cada vez más admirado escuchando al joven guerrillero.
—He deducido por lo que he sabido lo que medita sin duda,
—¿Y en eso que habéis deducido, entra también la seguridad con que
afirmáis que el francés se aposentará en esta casa?
—Eso es consecuencia de otra combinación que hicimos el señor mar-
qués, la Máscara Roja y este humilde servidor vuestro, á quien hicieron
la honra de participar su propósito.
—¿De modo que conocéis á la Máscara?
—Como la conocemos todos. Por la Máscara solamente.
El marqués del Vallés no pudo disimular un gesto de despecho.
Al oir á Ricardo hablar de la misteriosa dama, creyó que á óste le
sería más fácil hacerle decir algo respecto á la encubierta protectora de
los españoles.