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LA MÁSCARA ROJA 3
Las uñas del anciano Juan se clavaron en su carne y de sus labios
brotó alguna gota de sangre.
—¡Quiera Dios, —prosiguió el capitán, —que el ataque que se prepara
para mañana, tenga mejores resultados para nosotros que los que sostu-
vimos por aquel entonces en este mismo sitio.
—¿Se sabe ya las fuerzas de Castaños? —preguntó el mismo oficial
que había interrumpido antes.
—$Se calcula que es mucho menor que la nuestra, ¿no es así, simpá-
tico anciano?
Este se encogió de hombros, estaba demasiado impresionado su cora-
zón, para poder pronunciar una sola palabra.
—Pero volviendo á mi amigo Federico,—continuó con indiferencia
el capitán,—es hombre de suerte y mucho será que mañana el general
Sebastiani no lo ascienda también. ¡Hasta se ha propuesto asaltar el
convento de monjas de Santa Ana, por yo no sé que asunto amoroso
le recuerda!
Una general carcajada acogió estas últimas palabras.
Juan estaba sombrio, sabía ya lo bastante y como al presentarse en
el campamento francés había alegado el pretexto de servirles de guía
dijo levantándose:
—;¡Tengo mi plan, pero no hay que perder un momento!
—Hablad y lo pondremos en conocimiento del general.
—En un cortijo que hay á una legua de Andújar, duerme tranquila-
mente esta noche el general Castaños, nada más fácil que sorprenderle
y hacerle prisionerc.
—¡Oh, oh! —exclamaron los oficiales franceses, —Ese solo paso seria
huestro triunfo.
Y el capitán que había llevado la vos en la reunión se apresuró á
Solicitar de Vedel el permiso de ir con el guía al cortijo de los Torres.
—¡Ah, si pudiéramos conseguir esa presa! —había exclamado el jefe
de la división.—Yo os juro que vuestra carrera estaba hecha, capitán, y
en cuanto á ese anciano guía que tiene toda mi confianza, lo recomen-