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LA MÁSCARA ROJA 7
la mala impresión que le causaba, á pesar de hacerse pasar por español,
pues el viejo servidor sentia un profundo odio á los franceses.
Los dueños del cortijo, eran tan sencillos y bondadosos, que acogie-
ron con cariño á su joven visitante y le presentaron orgullosos á su hijo
Miguel y á su encantadora sobrina.
Esta causó una profunda impresión en el distinguido aventurero, que
no pudo ocultar á pesar, de sus esfuerzos en aparentar indiferente y
cortes.
Al día siguiente repitió á la misma hora la visita, y esta vez se enteró
de los castos amores que ligaba á Rosita con su primo, y juró des-
truirlos.
Empezó por ser excesivamente galante con los tíos de aquélla y con
Miguelito, y acabo por descubrir que era capitán de caballería del ejér-
cito francés y que la seguridad de toda la familia y del cortijo. estaba
afirmada con la amistad que le habian concedido.
Y se despidió hasta el día siguiente.
Los esposos Torres al comunicarse sus impresiones, estaban bien
lejos de sospechar de los perversos instintos que animaban á aquel
hombre, y se decían que en efecto, debían conservar su amistad, pues
los franceses llegarían á dominár al fin la España.
¡Ah, si Juan los hubiese oído!
Pero en cambio vigilaba y veía unas cosas que eran más fáciles de
comprender que de relatar.
¡Ah, lo que veía aquel padre del corazón, aquel abuelo del alma!
Pues veía que Rosita palidecía y temblaba ante Federico.
Pues adivinaba que el gavilán, se queria llevar á la paloma y despe-
dazar á su tiernísimo y noble compañero, á su Miguelito en fin.
Mas la inocente resistencia de la adorable niña, desbarataba todos
sus planes.
¡Ah, si en su corazón no hubiese existido tanto amor y respeto para
sus amos, que de males no hubiera evitado á éstos y á los dos jóvenes!