18 LA MÁSCARA ROJA
—¡Señora! —exclamó dirigiéndose á Laura, —os he dicho que soy un
amigo y compañero del infortunado Miguel, y ahora os digo, que traigo
la representación del general Castaños y lo que sientv en el alma no
haber llegado á tiempo... ¡Tal vez Miguel viviría!
— ¡Caballero! —tartamudeó la sorprendida joven,—ha sido la impre-
sión que le ha causado el encontrarme la que lo ha matado.
—Todo lo sé, señora, y el venir ól á esta casa ha sido porque en ella
habita un miserable renegado que traiciona á España, siendo el hombre
de confianza del rey Bonaparte, el cual con motivo de llegar mañana á
Córdoba ha ordenado á los generales franceses que asolan esta hermosa
provincia que se observe extraordinaria vigilancia, pues temen á Ricar-
do Navarro.
Laura estaba aturdida.
—¡Cómo!—exclamó.—¿Don Luis es nuestro enemigo?
—Y amigo de los franceses.
—¡Ah, todo lo comprendo, Dios mío! ¿Cómo era posible que nos tra=
tara con dulzura?
—Y pues hemos tenido la desgracia de perder á Miguel, —prosiguió
el enviado de Castaños, —urge que os pongais inmediatamente en salvo
con vuestro hijo, en esta casa correis peligro, dentro de algunas horas
será asaltada por los guerrilleros de Ricardo Navarro y después de pren-
der á su dueño para conducirlo á nuestro general en jefe. pegaremos
fuego al cortijo.
La joven juntó sus manos en actitud suplicante.
—¡Qué será de nosotros, que será de ese querido y ya inerte cuerpo?
—balbuceó dolorida.
—¡Señora!—se apresuró á decir aquel hombre con acento grave.—
He venido por vos y vuestro hijo. ¿Y creeis que iba á dejar este cadaver
en esta casa que va á ser convertida esta misma noche en un montón de
ruinas? ¿No teneis confianza en mí?
—-¡Oh si, sí... pero...!
—¿Dudais?... ¡ved que no soy lo que represento!
Y al decir estas palabras el amigo de Miguel, se quitó el canoso bigote
que adornaba su rostro.
—Estoy seguro que no me conoceis, empero habreis pronunciado
' indudablemente mi nombre... ¡Soy Ricardo Navarro! Y ahora permitid-
y me señora que vuelva á ocultarme pues así lo exigen las circunstancias.
—Efectivamente, —contestó Laura después de una breve pausa, —he
oído pronunciar vuestro nombre con admiración por algunos vecinos
del pueblo... Decidme. ¿qué debo hacer?
—Seguirme con vuestro hijo, ¿teneis la llave de la verja?
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