AN LA MÁSCARA ROJA
Allí había el uniforme de un oficial de dragones, junto con su espada
y correaje.
—;¡Ah!—exclamó.—Hé aquí el rastro del raptor de esa joven. Sin
duda ha penetrado por este lado de la cueva y se ha quitado el uniforme *
vistiéndose de paisano para no ser reconocido, y habrá huido por esta
otra parte, porque es seguro que este camino conduce también fuera de
l1 cueva. (
Dejó el uniforme en el sitio donde estaba y siguió avanzando, con ía
misma precaución y alumbrándose con la linterna.
Y en efecto, aquel camino conducía á otra apertura de la misteriosa
cueva, pero á muy larga distancia de donde había entrado.
Otra vez se vió en el monte y guardó en el bolsillo su linterna.
Pero un espectáculo inesperado lo dejó como petrificado.
Un hombre acababa de poner atravesada sobre un caballo á una
mujer que no daba señales de vida y montando él á su vez, se la llevaba
como el buitre se lleva á la paloma entre sus garras.
—¡Ah, bandido! —exclamó con voz sorda el guerrillero.
Y uniendo la acción á su exclamación, sacó de su cinto una lujosa
pistola y apuntó con serenidad al caballo.
A pesar de la oscuridad y de la velocidad que llevaba el desconocido,
la bala de la pistola de Navarro atravesó el cuello del noble bruto que
detuvo su carrera y lanzando un relincho de dolor, cayó al suelo con su
doble carga.
De los labios del jinete salió un rugido de fiera, del pecho del noble
guerrillero se escapó un prolongado suspiro de satisfacción.
Con la velocidad de un gamo salvó la distancia que le separaba, pero
una segunda detonación le hizo detenerse á pocos pasos de donde se
hallaba el desconocido. |
La bala pasó rozando el sombrero de Navarro, el cual dando un
terrible salto se arrojó sobre aquel hombre que no tuvo tiempo de pre-
pararse á la defensa.
—¡Ah, miserable, —gritó ronco de ira,—no será tu cobarde brazo el
que hiera mi pecho!