LA MASCARA ROJA 9
—¿Y quién eres tú para pedirme cuentas de mis actos?—contestó en
Marcado acento francés el desconocido.
Aquel timbre de voz, aquel rostro que tenía junto al suyo en lucha á
brazo partido, hicieron exclamar al guerrillero:
—¡Ah! ¿Me lo preguntas y me conoces?
—|Mientes!...
—Acuérdate de las orillas del Guadalquivir, soy Ricardo Navarro,
que por dos veces te salvé la vida y luego os dí la libertad á ti y á tu
Coronel Richard... Bien sabes que me conoces, como yo te conozco,
¡pobre Rosendo Marvielle!
—No, no, yo no sé lo que me dices... ¡Suéltame que me ahogas...,
ban... di... do!
—¡Muere de una vez! —rugió el guerrillero.
Rosendo, que efectivamente era él y á quien recordará el lector en
Muestro anterior episodio, cayó desplomado al suelo, para no levantarse
Más,
Acababa de recibir una puñalada en la tetilla derecha.
En aquel momento apareció Mauricio, quien atraído por el eco de las
Slonaciones, se había ido aproximando, guiando sus pasos después, el
vui
“ido de la lucha que sostenían aquellos dos hombres.
Las varoniles facciones del compañero de Navarro, tomaron una
*Xpresión de espantosa amenaza.
. Ricardo le explicó en breves palabras lo ocurrido y encendiendo la
'lérna se acercaron á la desmayada joven.
Ambos la contemplaron un momento.
Era idealmente bella.
“Shtaba un soplo de existencia, ya que las diez y ocho primaveras se
e entre la azucena y la rosa
oda alta, esbelta; sus desarrolladas formas no habian pasado los
9s de la Nazuraleza.
CE cabellos negros y rizados, no eran largos, cayendo en sortijillas
Su hermosa frente y arqueadas cejas, adorno de unos ojos que sin