10 LA MÁSCARA ROJA
duda alguna debian parecer dos estrellas de aquel rostro de belleza
africana.
Pero sus párpados estaban cerrados y su palidez era la de un
cadaver.
Los dos jóvenes se extremecieron.
—¿Habrá muerto?—preguntó Mauricio.
—Muerta ó viva la llevaremos á nuestra cueva, no podemos dejarla
á merted de estas fieras humanas.
Y Ricardo Navarro cogió en sus robustos brazos el inanimado cuerpo
de la hermosa andaluza y al sentir los latidos de su corazón lanzó un
grito de alegría.
—¡Vive! — dijo, echando á correr con su preciosa carga.—¡Mauricio,
no olvides tu deber, en la gruta esperamos á los franceses!
—;¡Ojalá pueda verlos á todos como veo á éste! —contestó Mauricio,
acercándose al cadaver de Rosendo Marvielle.
Ricardo Navarro nada oyó, había desaparecido.
El reloj del colegio de los Escolapios, marcó las doce de la noche y
por cierto sin luna.
El ensangrentado cuerpo del capitán de dragones, fué arrastrado por
Mauricio y precipitado como una masa sobre unos peñascos que bor-
deaban el arroyuelo rodando al fondo de éste.
Y el silencio de la noche recogió esta terrible amenaza:
—¡Asi, así quisiera destruiros á todos, malditos invasores de mi
querida patria!