LA MÁSCARA ROJA 23
El coronel sa encogió de hombros y no contestó.
—Peor para vos, —añadió el general alejándose del prisionero y diri-
giéndose á su tienda de campaña.
Al llegar muy cerca de esta última, observó un grupo de oficiales
que hablaban con mucha animación.
En medio de ellos, había una joven que suplicaba con acento dolo-
rido.
El general se acercó al grupo
Sorprendidos los oficiales, saludaron con respeto á su jefe.
—¿De qué se trata, señores? —dijo con dulzura fijando su mirada en
la joven.
—¿Sois el general Dupont? —preguntó vivamente esta última avan-
zando hacia el jefe francés,
—¿Y tú que quieres de mi, niña?
—Heiblaros.
—Te escucho, ¿cómo has podido llegar hasta aquí?
—Dios me ha dado valor.
—¿Quién eres?
—Angela Romelo.
—¡Ah! ¡ah! —exclamó Dupont con asombro y dulcificándose. —¿La
hija de nuestro prisionero?
—Si, excelencia.
—¿Y quieres hablarme?
—Quiero imploraros.
—¡Hum!—murmuró él contrariado al sentir simpatía por aquella
niña que estaba seguro conmovería su corazón,
Hizo que le siguiera y los dos penetraron en la tienda de campaña.
—¡Señor! —dijo Angela con modesta dignidad.
—Dime, ¿es cierto que mis soldados te han maltratado?
Con arrebatadora ternura, la joven contó lo que había ocurrido con
el capitán Marvielle.