24 LA MÁSCARA ROJA
—Esta hermosa noche que conmemora el orbe católico el nacimiento
del Niño Dios, —terminó diciendo llena de emoción la hija del coronel
Romelo,—ha sido de luto y de desconsuelo para mí... y pues vos sois
cristiano. general Dupont, en recuerdo del Hijo de Dios que es el que
ha guiado mis pasos por estas escabrosas sierras os pido que os inspireis
enel principio de nuestra santa religión, que debe existir en todos los
corazones verdaderamente piadosos, como no dudo lo será el vuestro.
Nunca se vió Dupont tan conmovido.
A —¿Y que me pides?—balbuceó.
Angela respondió con calma y con la modestia que le era peculiar:
—Os pido general que me devolvais á mi padre.
—¿Qué? ¿Cómo? —exclamó Dupont al oir estas palabras. —¡Imposible!
—¡Lo que está en vuestra mano no es imposible!
—Nada puedo contestarte en este momento, dime ¿quien te ha salvado
del capitán Marvielle?
—No sé su nombre, es un joven guerrillero.
—¡Ah sí, sí!... ¡Aguarda á que me traigan á ese joven y te entregaré
tal vez á tu padre!
—Acaba de tener un terrible combate con vuestras tropas y al dejar-
me en libertad me ha encargado os participara que las había derrotado
por completo y que en su poder tenía al comandante Bar, que cangearía
gustoso con mi padre,—dijo con inocente sencillez Angela.
Terrible efecto produjeron en el general estas palabras.
--¿Cómo, que decis? ¿Ese hombre ha derrotado á mis granaderos?
¿Y el guía?
—Ha muerto también.
Dupont estaba pálido como la muerte y sus ojos lanzaban en torno
suyo miradas feroces y murmuraba entre dientes:
—¡Ah maldito! ¡Y aun me ofrece el cange, seguramente porque sabrá
en la mucha estima en que tengo al comandante Bar!
Atemorizada la joven por el cambio repentino del general, no se atre-
vió á desplegar sus labios.