LA MÁSCARA ROJA *
1
—No es posible,—se dijo para sí, —que por aquí haya pasado ningún
sér humano, esto parece el cráter de un volcán.
Quiso retroceder y su mirada se fijó en un objeto que había en el
Suelo.
Lo recogió.
Era un pedazo de correa perteneciente al cinturón de un soldado.
—¡Hola! —murmuró el joven.—¡Pues no cabe duda de que alguien
ha estado aquí!
Volvió á dar algunos pasos hacia adelante, pero el mismo abismo se
abría á sus pies
Examinó detenidamente el sitio y observó que á su izquierda, el
césped que cubría el subterráneo estaba cortado con cuidado y más
tranquilo entonces, no tardó en convencerse de que en efecto por alli
había pasado alguien.
+ ¿Pero qué dirección podía haber seguido?
El guerrillero sacó entonces el cuchillo, aplicó la hoja de plano en
toda la longitud de;la cortadura, siguiendo la línea trazada en el suelo
y la hoja se hundió con facilidad, como en una especie de ranura, des-
Cribiendo un ancho círculo.
El corazón del joven latió con violencia.
Había descubierto un extraño escondite y su curiosidad creció de
punto.
No necesitó más que de un pequeño esfuerzo para levantar y sacar
la plancha de césped.
¿Qué iba á encontrar en el fondo de aquel escondite?
_ ¿Otro abismo que se perdería también en las entrañas de la tierra, ó
16n la sepultura de aquella pobre niña que había visto Mauricio en los
razos del granadero?
. Desupés de pararse un momento, dominado por la incertidumbre,
Icardo continuó su tarea y no tardó en tocar debajo de la tierra blanda
vn, el recio cuero que envolvía algún objeto.
Arrojó el cuero y alumbró con su linterna, cuyos reflejos inundaron
ASta el fondo del escondite.