LA MÁSCARA ROJA 31
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La aurora apareció en el horizonte y los habitantes de Sevilla, pro-
clamaban risueños y alegres su iedependencia.
Aurelia oraba llena de esperanza, teniendo un nombre en los labios.
¡El de Leopoldo!
¡Ah, pero aquella esperanza no debía realizarse!
Leopoldo había sucumbido heroicamente en el combate junto á su
fiel criado V alentín, y la presencia de sus cadáveres, heló el corazón de
Su joven y amante esposa.
E | valiente guerrillero, había desaparecido.
Y el padre Gabriel entretanto, más espiritual que humano, oraba por
la paz de España, arrodillado sobre las ensangrentadas gradas del altar
de Santa Inés.