Al anochecer de aquel mismo día.
En el camino que conduce de Carmona á Breñes, existía una posada,
cuya entrada la formaba un espacioso patio, cerrándolo una pared bajita
y blanqueada.
La puerta de la posada era más alta que la tapia y se hallaba siempre
. abierta de par en par, distinguiéndose la ancha carretera cubierta de
árboles.
En el patio se veían dos carros y el edificio se componía de bajos y
primer piso, con ventanas formando marco, pintadas con cenefas ama-
rillas.
Al extremo de la tapia, se veía otra puerta que comunicaba con el
comedor, la cocina y la cuadra.
En la primera de estas habitaciones y sentado junto á una mesa,
teniendo los. codos apoyados en ella y la cabeza entre sus manos, S0
hallaba. un hombre de unos treinta y ocho á cuarenta años, de mirada
bondadosa, pero de facciones enérgicas.
Era el dueño de la posada.
Su actitud cabilosa, dolorida.
De pie junto á él y poniéndole una mano en el hombro, estaba un
joven guerrillero, con su trabuco colgado al brazo y medio oculto con
la manta.
Era nuestro héroe Ricardo Navarro.
—Os repito, Tomás, que vuestro nuevo huésped, es un miserable
renegado, —decía el guerrillero, en voz baja.
—¡Ah, el canalla! —contestaba en el mismo tono el dueño de la
posada, á quien Ricardo había ido á dar la noticia del fallecimiento de
su hermano Silverio, en el cortijo de Alora.—No saldrá vivo de esta
casa.
—Pero escuchad, amigo mío, que á son de tambores no se cazaM