vI
EL ERMITAÑO Y UN GUERRILLERO
El general Soult entretanto había salido de Llerena con su escolta á
"ecorrer los inmediatos poblados y llegaba á Burguillos, deseoso de sa-
6r el paradero del convoy que éustodiaba el coronel Tirol.
En el momento que fray Gorgonio salía de la quinta de Hernández
Parra para dirigirse á su ermita de Santiago, vió ante sí á unos jinetes
que le intimaron á que se detuviera,
Era Soult y su escolta.
El general se había fijado en aquella hermosa quinta y quiso descan-
Sar un día en aquel delicioso refugio.
TiSois el dueño de esta casa? —preguntó uno de los oficiales al bon-
dadoso ermitaño.
—Sí, —contestó algo turbado.
—Vais pues á tener la alta honra de preparar una habitación para
Buestro general.
¡Núzgueso de la sorpresa de fray Gorgoniol
e protestar diciendo que tenía una hermana enferma, pero el
, Sin decir una palabra más, se apeó, penetrando con los soldados
“la escolta en la finca. y
0 hubo pues medio humano de evitar semejante humillación y ele-
0 Sus ojos al cielo, rogó al Todo poderoso diera fuerzas á los padres
U ahijado, para soportar aquella desgracia.
ecordó las palabras que acababa de oír de Elisa.
lla había dicho que sentía en su corazón el frío de próxima catás-
y he aquí que esta se preparaba amenazadora, cruel.
Vand
8s
trofo