Full text: Dos heroinas (31)

12 LA MÁSCARA ROJA 
En aquel momento estaba sola, santada en un pequeño diván, con 
los ojos medio céfrados, tal vez extasiándose en su venganza. 
Tenía un traje ligero que descubría las hermosas formas de su esbelto 
cuerpo y había adquirido una actitud llena de coquetería. 
Malaquias hizo una seña al capitán para que se detuviera á pocos 
pasos de la habitación. 
Se adelantó él y llamó suavemente en la puerta, con los nudillos de 
la mano. 
—¡Adelante! —dijo Erminia con voz dulce, cuyo eco hizo extremecer 
al francés. 
Empujó la madera, Malaquias. 
—¡Señora, el capitán francés desea veros! 
Por los negros y rasgados ojos de la joven, pasó como un relámpago 
de alegría, pero sus rojos labios hicieron una mueca de desdén. 
—Hazle pasar, —ordenó al viejo. 
Erminia se incorporó. 
Estaba tan segura de su deslumbradora belleza, que pasando rápida- 
mente sus afilados dedos por sus ensortijados cabellos, para hacer más 
desordenado el peinado, murmuró: 
—¡Tu mismo general será tu verdugo, asesino de mi esposo!
	        
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