IV
Herculano ahogó un grito de admiración, al ver á la joven viuda.
Si bella y distinguida le había parecido al verla en la campiña con su
Utado vestido, más irresistiblemente encantadora y provocativa estaba
Mora con su bata blanca que hacía resaltar su moreno cutis, suave
“omo el raso.
Las puras líneas de su cuerpo que se adivinaban como hemos dicho,
Wravés de la fina batista, trastornaron por completo al enamorado
francos,
; Risueña, y sin al parecer apercibirse del vértigo que producía en este
“timo, le dijo señalándole una silla frente á ella:
—Sentaos, caballero, y exponed vuestra misión.
—Perdonad mi indiscreción, Erminia, —balbuceó el capitán tomando
9nto y con resolución. —Hace noches que no puedo conciliar el sueño,
PSnsando en vos, viéndoos constantemente con los ojos del alma y mi
"paciencia para convertir en realidad tan embriagadora ilusión, me ha
“nducido aquí sin que antes os pidiera permiso.
La joven tuvo una cruel sonrisa de burla.
¿Debo tomar en serio vuestra declaración?
9nfuso y herido, Herculano contestó:
—¡Soy sincero, señorita!
Otivos tenía Erminia para haber confundido á aquel hombre que de
q Mera tan brusca le hacia semejante declaración, sin respetar el luto
ñ SU corazón y siendo un enemigo de España, pero ella había deseado
b Momento, y no era el caso de despreciarlo.
"escindió pues de todo miramiento y se mostró coqueta.
CiAsíi pues no ignoráis que soy viuda? .
ole a ha sido precisamente la causa de mi atrevimiento, y rai amante
n desea compartir vuestro luto y sentimiento, y acompañaros á la
en]
Asi