Mientras tanto María, la sobrina del difunto esposo de Erminia, lle-
gaba dl convento de franciscanos, donde sin duda la conocían, porqué
pasó sin decir nada y entró en un cuarto del piso bajo, un poco oscuro
y adornado con una sencillez que bien pudiera llamarse pobreza.
A poco de estar allí entró un anciano franciscano, cuyo grave sem”
blante revelaba tanta bondad como energia.
—¿Qué ocurre, mi buena hermana de la Caridad? —preguntó el fraile
qne era el superior del convento.
—Vengo á participaros de que el ejército de Beresford, llegará dentro
de algunas horas á Olivenza.
—Bien, ya tengo conocimiento de ello, ¿y de vuestro plan?
—Erminia ha ido á ver al general y esta noche lo retendrá en SU
casa, la plaza pues quedará sin jefe.
—Magnífico.
—Si, pero sería preciso que uno de los valientes que aguardan en el
convento, se disfrazara de campesino y fuera al castillo para servir de
guía al general, pues Erminia le ha ofrecido enviarle su viejo Malaquias:
El prior se pasó la mano por la frente,
—Lo tengo, —dijo después de una breve pausa.—Dentro de una hora
estará én el cortijo 4 recibir instrucciones,
—Disponed desde luego de nuestra fortuna, —añadió la joven desp”
diéndose del franciscano, —es preciso que los franceses sean arrojado?
esta misma noche.
—Dios y la patria os lo premiarán,—repuso el anciano religioso son”
riendo con beatitud.
Al llegar María al cortijo presenció la escena terrible que se estabs
desarrollando en el establo.