LA MÁSCARA ROJA ab
Se halle en la campiña, en un cortijo que está casi á la orilla del rio...
Allí aguardareis mi llegada.
—Bien,—repuso el ayudante.
—¿Me permitireis ser vuestro guía? —preguntó Ricardo con admira-
ble Serenidad.
—Con vos contaba, —contestó el general.
—Es un alto honor para mí el que me concedeis.
—¡Vamos!—ordenó Marmont.
Y ambos salieron del castillo, dirigiéndose á caballo hacia el cortijo
de Erminia, mientras que el ayudante cumplimentaba las órdenes del
SUneral.