Retrocedamos hasta la mañana de aquel misme día, triste y luviosó»
El general Marmont, había salido á caballo y vestido- de paisano por
la deliciosa campiña,
Cuando regresaba á su castillo hubo de cruzarse en su camino CoN
una hermosa joven que llamó poderosamente su atención.
Los ojos de la joven se fijaron también en el jefe francés, sonri
deliciosamente para descubrir sus blancos y pequeños dientes y desapt”
endo
reció por la campiña como una ilusión.
—¡0h que hermosa mujer! —murmuró Marmont verdaderamente ¡m-
presionado.
Instintivamente echó su caballo por el mismo camino que habia
seguido aquélla y' aún pudo descubrirla á tiempo “ue penetraba en UN
pequeño cortijo muy cerca de la orilla del Guadiana.
—¡Bíen,—se dijo para sí,—yo he de sáber quien es!
Y se dirigió prasuroso al castillo.
Su primera disposición fué llamar 4 un capitán de artillería 4 quie
el general vnía en gran confianza y estima.
Se llamaba Herculano y en efecto, su complexión hacía honor 4 sU
nombre.
unto que
Do facciones duras, acentuadamente moreno y de un conj
sin ser repulsivo, no tenía nada de simpático. |
En el momento que se presentó á su jefe, estaba pálido, sus ojo?
revelaban que el sueño no se había mostrado complaciente aquella noche:
Se inclinó respetuoso y balbuceó forzando una sonrisa:
—Estoy á las órdenes de su excelencia. á
—Gracias, capitán, ya sabéis que 0s considero un amigo y P?
daros una prueba de esta verdad, os voy á confiar una comisión impor”
tante para mi y que solo puede llevar á cabo la amistad.