En la plaza de la Constitución halló ¿Ricardo á un regimiento de
línea, dos escuadrones de dragones y_una batería, que se disponían 4
emprender la marcha.
El guerrillero se acercó al coronel.
—He llegado á tiempo de serviros de guía
dando militarmente. :
—¡Cuánto me alegro, "capitán! —repuso Tirol.—Creo que llegaremo$S
á la hora señalada por el general... y decidme, ¿acaso se trata de la
guerrilla de ese bandido Navarro?
—No puedo decíroslo,—contestó imperturbable el joven.
—¡Ah, si yo pudiera verme frente á frente con ese canalla!
—¡He oído decir que es valiente, mi coronel!
Este hizo un gesto de desprecio.
—No creo en el valor de un hombre que combate oculto entre 108
matorrales y parapetadó en los barrancos y encrucijadas.
—¿De modo que considerais que cuerpo á cuerpo no se atrevería?
—En manera alguna, para ello le falta corazón, y lo que siento es NO
haberlo hallado en el cortijo donde se hallaba refugiado. y
—¡Ah sí, y que vos incendiásteis! —agregó Ricardo con una extral2
sonrisa. ;
—Sí, pero la astucia de ese endiablado guerrillero y la de un vieJ0
zorro que con ellos vivía, hicieron que yo llegara cuando ya los pájaro?
habían volado, pero yo os juro que poco he de poder ó ellos caerán Ol
mis manos.
La oscuridad de la noche no le permitió al coronel observar el som”
brío semblante de Navarro.
Dió la orden de marcha y la tropa avanzó silenciosa hacia los muro?
que circuían la ciudad.
—dijo sonriendo y salu-
,