18 LA MÁSCARA ROJA
Tirol detuvo su caballo.
—¿Qué teneis, coronel? —preguntó el guerrillero.
—¡Esos bultos en el camino! —balbuceó el francés.
—¿Y no sabeis quien son?
—Acaso algunos bandidos que escarmentaremos en el acto.
—¿Aun que fuera Navarro?
—Mejor que mejor.
—¡Alto á los guerrilleros! —gritó una voz sonora,
Tirol quiso retroceder para incorporarse á la fuerza que mandaba Y
dirigir el ataque, pero el caballo de Navarro se había echado sobre el
que montaba el coronel francés, y gritaba aquél en el oído de este último,
con voz ronca y con una pistola en la mano.
—Coronel Tirol, soy yo, Ricardo Navarro, quien te ha tendido esta
emboscada para vengarme del incendio del cortijo, para demostrarte que
me sobra corazón para combatir con los enemigos de España... ¡Soy yA
pues quien te mato!
Sonó un pistoletazo, seguido de un lastimero quejido.
Tirol abrió sus brazos y cayó al suelo desplomado.
Il guerrillero desapareció como un fantasma.
Al ruido del disparo, avanzó la caballeria, pero se vió envuelta po!
ambos lados, de un verdadero torrente de fuego. :
Minutos después la lucha fué horrible.
Los franceses hacían fuego en todas direcciones, sin poder ver al A
enemigo.
Este, oculto entre la arboleda, disparaba sus trabucos 4 la voz ronca
de Navarro.
Los caballos caian relinchando de dolor y arrastrando á los jin
Montones de soldados de infantería, cubrían el suelo ya cadávere*-,
La artillería sin poder tomar parte en el combate, retiraba á los her*
dos, pereciendo ellos á su vez á las certeras descargas de los guerrille”
rs de Navarro.
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