16 LA MASCARA ROJA
testación me asestó una cuchillada que á poco me alcanza en el cuello.
Como es natural, no le di tiempo á que repitiera su intento y lo he dejado
seco sobre las rocas. Por eso habreis oido un gemido hace un instanle:
Ricardo se quedó un momento pensativo.
Era muy extraño que en aquella hora y en aquel sitio, se aventurar?
ninguno de aquellos cobardes que servían 2l audaz invasor.
—Quiero ver su cadaver, —dijo á Lorenzo.
—Nada más fácil, —repuso éste, —venid por ac uí.
Y ambos descendieron el barranco.
—lle aquí el maldito, -añadió el guerrillero señalando en efecto el
inanimado y ensangrentado cuerpo de un hombre.
Ricardo se inclinó para examinar su rostro.
Con gran sorpresa suya reconoció al espía que en la posada le
dado tan monumental paliza.
—¿Sabes lo que buscaba por aquí, amigo Martin?
—Supongo que espiarnos.
—Sií, y además, se conoce que había seguido mis pasos y busc
ocasión de asesinarme, y sin duda te ha confundido conmigo.
Entonces contó Ricardo lo ocurrido en la posada.
—;¡Ah, bribón!—exclamó Martín,—no te hubiera yo perdor
vida...
En aquel momento el herido abrió lentamente sus párpados y lanzó
un débil quejido.
—¡Cuerpo de Dios! —gritó con voz ronca el amigo de Navar
rrumpiéndose. —¡Si parece que me ha oído!...
Efectivamente, aquel desdichado no había muerto aún, su agonía
debía ser. horrible.
Se weía que le quedaba muy poco tiempo de vida, pues e
se extendía la lividez de la muerte.
Hizo un supremo esfuerzo y llevó su diestra sobre el pech
había
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