22 LA MÁSCARA ROJA
y se alejó resuelto á sacrificar una vez más su vida, por su patria,
sus amigos.
Mercier se hallaba acampado como hemos dicho en un campo de
cereales, .
En el centro de éste, se elevaba solitario un castaño de ancho ramaje-
Al pie de un robusto tronco y sobre la nudosa y gruesa raiz, estabal
sentados ocho guerrilleros, que los franceses habian hecho prisioneros:
El comandante, lleno de desesperación, había concebido la terrible
idea de vengarse de su derrota, aplicando un verdadero suplicio á 105
prisioneros.
Había sabido que pertenecían á la guerrilla de Ricardo Navarro, Y
aunque no le era desconocido su nombre, jamás pudo creer en el valo?
y audacia de aquel hombre, que sus compañeros nombraban poseidoS
de cierta superstición.
Su furor no tenía límites, había dado su palabra al general Blake de
que aquella misma noche se apoderaría de Trujillo, y ahora resultaba
que un puñado de hombres le habían salido al paso destrozándole po"
completo sus fuerzas.
Por segunda vez ordenaba pasar lista y eran por centenares los qU0
no contestaban á su llamamiento.
—¡Que mueran inmediatamente esos prisioneros! —gritó con 0%
ronca el comandante.
Algunos soldados, ávidos también de venganza como su jefe, se dis”
pus:eron á ejecutar la cruel orden. )
Uno de ellos, se acercó á un guerrillero que estaba como los demas
amarrado al corpulento árbol y á semejanza del tigre herido, disparó $%
fusil á boca ae jarro,
Se oyó un angustioso grito y el eco de una sarcástica carcajada que
hizo extremecer al feroz soldado. ;
Junto á este último estaba Ricardo Navarro, el cual rápidamente dejó
caer su cuchillo, hundiéndolo hasta el puño en su pecho, rodando pol
el suelo, casi al mismo tiempo que el guerrillero, su víctima.