26 LA MÁSCARA ROJA
ave-
Así transcurrieron dos horas y cuando ya el.sol hubo podido atr
los
sar con sus rayos de fuego la helada neblina se oyó el grito de
soldados, anunciando la proximidad del enemigo.
Ricardo se levantó de un salto y su mirada profundizó la llanura.
Delante de sí, tenia indudablemente al ejército del general Blake,
que levantando nubes de polvo, avanzaba hacia Trujillo.
En «efecto, aquel que se había apoderado de Cáceres, á pesar de la
heroica resistencia de la ciudad, había tenido noticias del desastre de la
columna Mercié/y de la muerte horrible de éste y sin pérdida de mo0-
mento, marchó con cuatro mil hombres á vengar la h umillación que sus
tropas habian sufrido en Trujillo.
Al llegar á esta ciudad, se detuvo á respetuosa distancia y la
á que se rindiera.
A esta intimación el guerrillero se irguió en la plenitud ds sus
zas, extendió la mano hacia el ejército de Blake y chispeando su
como carbones encendidos, dijo con voz sonora:
—¡Españoles!... De nuevo bate sus negras alas sobre nosotro,
infame invasor... Mi corazón está triste como lo está la patria de nues”
tros antepasados. Hierbas, frutas y flores, se han convertido en nues”
tros hermosos campos, en montones de cenizas... Recordad á Pizarra Y
4 García de Paredes; ellos desde sus tinmbas, lanzan la maldición sobr9
los perros franceses; si dejáramos intimidarnos por su traición y cobal”
día, seguro estoy que los espectros de aquellos guerreros, abandonaria?
su lugar de reposo para arrojarnos al rostro el salivazo del desprecio:
¿Y que dirían de nosotros las futuras generaciones? ¡Ved que vivo aún Y
que hay sangre en mis venas y fuerza en mis brazos]...
Una prolongada exclamación de guerra, salió de todos los
ahogando la voz de Navarro, el cual empuñando su hacha de com
su trabuco, los levantó en alto y gritó con toda la fuerza de SUS pu
intimó
fuer-
s 0j05
el
pechoS»
bate Y
mones.
—¡Jurad conmigo, morir antes que entregarnos á los franceses!
Como una sola voz se oyó delirante este patriótico juramento.
La animación de Ricardo había crecido de punto.
Sus ojos centelleaban y sus hermosas facciones se habían ido enel?
deciendo hasta la exaltación. í
Después del juramento, un murmullo de aprobación y simpatía, en
treabrió los labios de sus compañeros y de los soldados, que al man 4
del capitán Melecio guarnecían el castillo y no era dificil leer eN a
semblantes, que estaban dispuestos á tentarlo todo, guiados por Rica!
Navarro, á quien reconocían por jefe.
Minutos después, empezó el combate.