28 LA MÁSCARA ROJA
Los franceses destruyeron por completo la parte antigua de la ciudad
asaltando el castillo, después de un sangriento combate.
Cuando la bandera imperial ondeaba en el fuerte y se buscaba po!
todas partes á sus heroicos defensóres, una espantosa detonación hizo
temblar la ciudad, llenando de pánico á los invasores.
El castillo estaba envuelto en negra nube de humo, que por un mo-
mento oscureció los rayos del sol.
Gritos lastimeros, mezclados con terribles imprecaciones, salían de
entre sus incendiados muros.
¿Que había sucedido?
Desesperado Ricardo Navarro al ver lo inútil de sus esfuerzos ante
un enemigo cien veces mayor, ordenó á los suyos que abandonaran sus
puestos y se salvaran como mejor pudieran, dándose muerte asimismos-
antes que caer en las garras de aquellas fanatizadas furias.
En el castillo no quedó ni uno solo de los españoles.
Mientras tanto Ricardo, había amontonado bajo los muros de la fol-
taleza, toda la pólvora y proyectiles de que disponían, y arrastrándose
por uno de sus baluartes, permaneció oculto un momento, aguardando
el asalto.
Y en el preciso instante que la bandera francesa reemplazaba á la
española tremolando en el fuerte, el guerrillero lanzó una mecha en”
cendida al destructor combustible, alejándose rápidamente y perdiéndo-
se por el famoso cerro.
La explosión no se hizo esperar y lo que momentos antes era foria-
leza de la ciudad de Trujillo, se convirtió en un montón de ruinas entre
las cuales quedaron sepultados los franceses y el símbolo de su imperi0
que ufanos pretendían que flotara en su torre, para humillación 40
España y escarnecer la memoria de tantos hombres cólebres en virtud,
valor y ciencia que nacieron en aquella ciudad.
Así terminó la defensa, el valiente Ricardo Navarro, digno sucesor
de aquellos esforzados varones, que en la historia han merecido 0
sobrenombre de héroes.