LA MÁSCARA ROJA
—¡Sí, soy yo! ¡Ah cuanta razón tuvísteis al profetizarme que la faltas
lidad se había introducido en mi casal ¡Mi barrio ha sido destruido, 1!
casa convertida en un montón de ruinas, entre las cuales halló la muerte
mi inocente hija Rosital
Un extremecimiento nervioso, separó al guerrillero del anciano.
— ¿Rosita ha muerto? —exclamó con voz sorda.
—¡Y mi hijo ha sido asesinado, dejándome el cielo 4 mi para
cir los pocos días que me restan de vida, á Napoleón y sus huestes!
El guerrillero abrazó de nuevo al anciano.
—¡Venid!l —exclamó, y con voz en que se reflejaba su dolor, dijo:7
mi0S»
y ellos os dirán que lloro gotas de sangre que derramó un día mi padre,
oro
o
mi hermana, tan inocente y hermosa covuo Rosita! Mirad cuanta salb
les ha costado y la que hemos de derramar para vengar á nuestros he)”
malde-
¡Confundid, pobre anciano, los latidos de vuestro corazón con los
manos! ,
El anciano Royo lloró amargamente, ocultando su blanc
a cabez?
sobre el pecho de Ricardo Navarro,
En el próximo cuaderno:
FUGA DE UN PRISIONERO
Administración:
Cortes, 695. Barcelona. - Apartado, 38.
sobr
Imp. «La Ibérica», Corte: