28 LA MÁSCARA ROJA
Los campesinos armados de sus escopetas de caza, rechazaron vale-
rosamente la primera embestida.
El que iba al frente de ellos, joven vigoroso y de atléticas formas.
montaba un hermoso caballo, fué el primero que rompió el fuego, dis”
parando algunos tiros sucesivamente y animando á sus compañeros.
Y de aquí dedujo el ciego oficial francés de que aquel joven era Ri-
carlo Navarro,
Agotadas sus municiones, lanzó lejos de sí la escopeta y empuñó una
pistola, pero en aquel momento, su brazo fué empujado violentamente Y
la bala desviada, fué á dar en la cabeza de su caballo.
El intrépido joven hizo esfuerzos sobrehumanos para sosten
entre las tenazas de sus rodillas al herido animal, cuvas piernas se d0-
blaban.
Se vió obligado á sostener dos distintas luchas.
La de los franceses y la de su caballo, que asustado se sublevaba
contra la espuela.
Inclinado sobre las erines y armada su mano con la pistola, se defen-
dia con verdadera bravura.
Por fin el caballo cayó al suelo arrastrándole en su caída.
Varios soldados franceses se precipitaron sobre él y lo sujetaron fuer”
erse
temente.
Tres campesinos habian sido muertos en aquel combate tan desigual:
Los otros hasta diez, atados como víctimas destinadas al furor de 108
invasores, fueron arrastradas en brazos de sus verdugos con brutalidad
inconcebible.
El destacamento intentó penetrar en el pueblo, pero fué rechazad0
en medio de una gritería infernal, haciendo uso de toda clase de armas:
Quien empuñaba una lanza ó una escopeta, otros blandían en su
diestra gruesos garrotes con fuerza impulsiva.
Niños y mujeres acudieron también provistas las manos de agudos
guijarros.
El oficial mandó hacer fuego.
Un horrible clamoreo de rabia mezclado con grivos de angustia Y de
dolor, atronó el espacio.
Los franceses cargaron á la bayoneta y entre montones de cadáveres»
penetraron en el pueblo.
La resistencia heroica de este había sido como era natural infru0”
tuosa.