28 LA MÁSCARA ROJA
anudará el juramento ante el altar de los hombres y confunda en una
sola nuestras almas!
Y el brigadier, en el delirio de su insensata pasión, rodeó con Sus
brazos el cuello de la herm sa Catalina.
Ella no opuso la menor resistencia, pero su diestra había buscado €N
su seno y este estaba al descubierto.
De su garganta se escapó un profundo Suspiro.
—¿Por qué suspiras vida mía? —dijo Loumar estrechándola frenético
contra su pecho.
—¡Pienso en mi venganza!
—¡Dime el nombre del asesino!
Se oyó el murmullo de un beso, seguido de un doloroso gemido, con”
fundido con una satánica carcajada. ,
—¡Pronúncialo tú, bandido satélite de Napoleón, enemigo de MI
patria y de mi hogar, asesinos de mi marido!
Loumar había caido exánime, sin pronunciar una sola sílaba.
El puñal de Catalina había atravesado su corazón.
Ella lanzó una despreciativa mirada al cadaver y desapareció como
la sombra de la venganza, murmurando:
—¡Perdóname, esposo mío, solo ha sido un beso que he lavado coM
sangre!