LA MÁSCARA ROJA
—Veo que os gusta la campiña, —pronunció Catalina.
—No sé que admirar más señora, si el encanto de la prodigiosa
Waleza en estos lugares, ó la extraordinaría belleza de que estáis ao-
lada,
Un ligero carmín cubrió las mejillas de Catalina, no por el rubor que
Podía causarle aquella declaración y sí por la indignación que sentía su
Mutado corazón.
'Y sin embargo, el brigadier estaba en lo cierto.
| panorama que se extendía á su vista no podía ser más encantador
Jun toá
; la casa, corría un riachuelo que bañaba la verde campiña
je )
e hasta el azul horizonte, confundiéndose á lo lejos con las ver—
Sas del caudaloso Tajo, cuyas orillas coronaban espeso ramaje de
"dosos árboles.
Mo utido opuesto, y como recostada la campiña se extendía la
1Ue se perdía en la vasta cordillera de elevados montes, formando
Conjunto admirable.
Bro al
“ella mu
Ba Viuda.
Sois e
brigadier le parecía aún más admirable la hermosura de
jer que le había dado hospitalidad y de la cual solo sabía que
xcesivamente galante, —había contestado Catalina haciendo
Sracioso movimiento para mirar de pies á cabeza á Loumar.
% esta posición del rostro, descendian los negros rizos de la joven,
Pon Cubrir su tersa frente; sus labios de coral al entreabrirse para
lap, ar aquellas palabras y dibujar una sonrisa, dejaron ver una
9 finas perlas
diia tigadier ausente la razón ante aquella mirada de llama que le
> 42% Sxclamó temblando de emoción.
Silh 0 puede ser galante, señora, quien como yo, no ha oído más que
Mubiono. Sus oídos las balas... Nunca hubiera creído que mi corazón
Y Sido sensible á los encantos de una mujer, y sin embargo, dos
Jue la casualidad me condujo á esta casa y desde el primer mo”