Full text: El corazón de una mujer (35)

LA MÁSCARA ROJA 7 
La vieja sirvienta miró al recién llegado y corrió á participar á su 
ima aquella visita. 
—Ya suponia que sería algún militar, —contestó Catalina con indife- 
tencia, —dejadlos que se las compongan, Faustina. 
—¡Que desgracia la nuestra! —tartamudeó esta última.—Esta visto 
que no podremos nunca vernos libres de los gabachos. 
Catalina se sonrió de un modo ext 'año, y ordenó á su sirvienta que 
S8 acostara pues así convenía á su proyecto 
Faustina no protestó y obedeció á su ama. 
Entretanto 'el recién llegado y el brigadier se estrechaban las manos 
Y pPenetraban en su habitación que estaba junto al comedor. 
—(Querido brigadier, —dijo el llamado Bernabé,—me he perdido en 
pa bosque cercano y ha sido mía la culpa por no haber traído guía con- 
Migo. 
—Dejaos de rodeos, capitán, aquí nadie puede oirnos, esta familia está 
ya descansando, decidme pues prontamente lo que tengais que decirme, 
Vestra alegría me anuncia una desgracia. 
Uno de nuestros guías, me ha dicho esta mañana que en un bosque 
ediato había acampada una guerrilla y yo he querido cerciorarme 
POr mi mismo. Al anochecer he recorrido ol monte y en efecto, he visto 
* Muchos hombres ocultos entre los pinos, y vengo á advertiros de que 
“tamos amenazados de una sorpresa. 
¿Estando ya prevenidos? 
—Es que según el guía, se trata de un enemigo fantasma, que siem - 
Ple aparece donde menos uno se piensa. 
El brigadier se encogió de hombros. 
—¡Hay tantos así en España! —dijo con amargura.—¿Dónde está 
Mestra columna? 
TEn la sierra. 
E 
nm 
. “Pues ya que vos conoceis el sitio donde se'ocultan esos pobres 
Mablos, que por lo visto deben ser en muy pequeño número, disponed de 
“guna compañía de linea y caed de sorpresa sobre ellos, antes que ven- 
8% el día... No creo que merezca la pena de que me moleste yO. 
THe cumplido con mi deber, viniendo á recibir órdenes. 
—Perfectamente, haced lo que os digo, y mañana al anochecer con- 
1 , 
e Aremos nuestra marcha, dad la orden de mi parte al coronel de que 
stó dispuesto. 
l Capitán Bernabé se incilnó: 
Hasta mañana, brigadier, —dijo disponiéndose á salir. 
TAguardad, capitán, ¿sabe alguien de que estoy en esta casa? 
Unicamente lo sé yo.
	        
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