LA MÁSCARA ROJA 17
Loumar estaba aterrado, su extraviada mirada buscaba á su alrede-
dor, sus labios se entreabrían para llamar en su auxilio á los franceses,
Pero su voz se anudaba en su garganta.
Ricardo prosiguió:
—Es en vano que llameis, nadie ha de 'oiros, vuestros compañeros
dejarán de existir dentro de algunas horas, como estais condenado á
Morir vos... sabed que la comida estaba envenenada, pero á pesar de
fsto, yo no puedo dejaros salir sin que antes me entregueis lo que os he
tXxigido.
Ricardo se dirigió presuroso á una percha donde había colgadas
Varias espadas pertenecientes á los convidados y cogiendo dos de ellas
fhtregó una al coronel, añadiendo:
—Quiero demostraros que no soy ningún asesino, y pues podeis
defenderos y valor no os falta para empuñar vuestras armas contra mi
Patria, veamos si teneis corazón para uno solo de los españoles.
El odio implacable que hacia él sentía Loumar y los insultos provo-
Cativos que recibía, despertaron en su pecho un feroz arrebato,
' Dió un salto cual si un fuerte resorte lo hubiera movido y furioso,
“lego por la rabia, se precipitó sobre la espada y exclamó rechinando
0s dientes y echando espuma por la boca,
. —¡Ab, basta ya, bandido!... ¡Dame tu vida!... ¡Sí, te la arrancaré...
5 puedo!...
Ricardo con la serenidad y aplomo de que estaba dotado se puso en
8uardia,
—¡Si puedes! —habia contestado con irónica sonrisa.