De repente el coronel se detuvo, como si por su mente acabara de
cruzar una idea.
Puso vivamente la hoja de la espada bajo su pie. alzó con fuerza 12
empuñadura, de modo que el arma se hizo dos pedazos.
—¿Qué haceis?—exclamó Navarro.—¿Acaso os late el corazón?
—Para un bandido como vos basta con el puñal, la espada de Napo-
león se deshonraría y prefiero romperla.
La eléctrica exhalación no brilla tanto como brillaron los ojos del
guerrillero español.
—¡Ira de Dios! —rugió como el león herido, —debería aplastarte comoO
á un vil reptil y guardo aún consideraciones... me es indiferente el puñal
que la espada,
Y rápido como el pensamiento é imitando al francés. puso como él la
hoja de la espada bajo su pie y la partió por la mitad, añadiendo:
—¡Vamos pues con el puñal!
El coronel había acudido á este recurso con la idea de que Navarro
se asustaría y*en la creencia de que no dispondría de semejante armá
en aquel momento, pero al ver con la sangre fría que lanzaba lejos 40
sí los dos pedazos de la espada y sacaba de su bolsillo un reluciente
puñal, se quedó aterrado. )
—¡Ha!l —exclamó impaciente el joven, —¿qué aguardais? ¿vais acaso Y
obligarme á que os abofetee antes? ¿Hasta tal punto sois cobarde? ¿NO
veis que he de arrancaros la vida para quitaros lo que no quereis darmó
y aunque lo hiciérais de buen grado, lo mismo os la quitaría, porque en
mi corazón no puede caber la piedad para vosotros?