LA MÁSCARA ROJA 7
Muertos sus padres habitó muchos años esta casa, asegurándose que
% pesar de hallarse desierta, ella viene con frecuencia á visitarla.
—TNo deja de ser curiosa la tradición, —contestó Lorenzo,—pero lo
Jue me maravilla es lo último que se asegura; pues esa joven es de su-
Poner que estará bien muerta, hace muchos años.
Ricardo se encogió de hombros, sonriéndose.
Iba á proseguir en sus justas consideracionós Lorenzo Martín, cuan-
do e] guerrillero fijó sus ojos en los suyos y volviendo la cabeza é incli-
lándola después hacia el rio, exclamó:
—¡Mira. ...
Su compañero, apoyó también la cabeza en el borde de la ventana y
A través de la cortina de flores, siguió la dirección que le indicaba
icardo,
En un recodo de la ribera y á la rápida luz del relámpago pudieron
Y8r que se destacaba un perfil humano en un fondo luminoso.
A cada nuevo resplandor eléctrico, la sombría y móvil silueta se
“Dujaba siempre bajo las masas tenebrosas, y en aquel momento, rápi-
9 como el pensamiento, se podía ver hasta los bucles de sus cabellos,
“m0 ye agitaban sobre la frente del aparecido.
Martín acercó sus labios al oído de Ricardo y le dijo en voz muy
Ya pero con ironía;
TiSi será esa hija del sol de que acabais de hablarme!
T¿No ves que es un hombre?-—repuso en el mismo tono el guerri-
lero,
—Pues seguramente que no será amigo.
Perfectamente.
—¿Entonces es pues un enemigo?
TSin duda alguna.
TáQue vendrá á hacer á este albergue abandonado, en una noche de
Mpestad? ¿Queréis que le mande una bala?
Mido o espera, —se apresuró a decir Ricardo.—Oigo ruido en la ave-
£ la quinta; las hojas secas se remueven.
Lorenzo que había sacado de su cinto una pistola y la tendía hacia
“Parición, oprimó el gatillo al primer relámpago.
disparo resonó como un estallido de trueno en aquella soledad
pitió su eco.
“Spués reinó un profundo silencio.
THé aquí un verdadero misterio, —dijo Navarro.
Vamos á ver de que clase de fantasma se trataba.
TiAcaso crees que lo has muerto?
TiNO he tirado sobre él? Pues está bien muerto...
le
e Te