LA MÁSCARA ROJA
El soñoliento y humilde criado de la casa de campo de Arcos, había
desaparecido, como si durante el camino se hubiese transformado. SU
actitud era arrogante, su expresión amenazadora hasta imponer, el
acento de su voz firme y autoritario.
La aldeana estaba aterrada.
¿Quién seria aquel hombre? Ya no le cabía duda de que había
víctima de un engaño.
¡Y que bien había sabido fingir su papel de criado!
¿Pero qué es lo que se proponía?
¿Acaso estaría enamorado de ella y los celos al saber que ella amaba
á Dubreton, le habrían hecho dar aquel paso, buscando la recomenda-
ción del cura de Covarrubias para introducirse en su casa y mejor decla-
rar su pasión?
sido
Esto admitiendo que fuera cierta la tal recomendación.
Con sus convulsos dedos aferrados á las crines de su caballo, $
hacía Pacífica todas estas reflexiones sin apartar su mirada de la de
guía, sintiéndose realmente fascinada.
¡Ah, si solo era el amor el que le había empujado á obrar así, €5
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dispuesta á perdonárselo. pues sentía cierto extremecimiento agradabl
al cruzar su mirada con la de aquel joven!
Este acababa de probar al apearse de su caballo, que era un perfecto
jinote y que su agilidad podia compararse á la de un gimnasta.
Era preciso dulcificarse, y la aldeana con aquella melodiosa v0Z que
tanto trastornaba á Dubreton y á cuantos la trataban, dijo:
—Carlos, estoy convencida de que no sois quien habeis aparentado,
en vuestras palabras hay talento y notas armoniosas en vuestro acento:
Estoy cierta que vuestro corazón es bondadoso y piadosa vuestra almá,
lo que no sé es lo que os habeis propuesto, pero os considero incapaz A
ningún crimen, ni mucho menos una bajeza con una indefensa mujer:
no me abandoneis, no me insulteis, protejedme y decidme quien pp
que habeis pretendido de mí al introduciros en mi casa cn calidad 4%
criado y conducirme después á esta sierra.
La melodía de la gracia y del amor carece de notas más suaves,
las de la voz de la hermosa viuda, tuvo en aquel momento supremo:
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