30 LA MÁSCARA ROJA
que habia estado expuesta, que experimentó en su corazón un consuelo:
al verse en su casa y entre sus fieles servidores.
Pero la presencia de la columna en el camino y el estruendo
combate que llegó á su oído poco después, la llenaron de terror.
Ricardo estaba seguro de que Martín había cumplido lo convenido,
pues se recordará que á su paso guiando á los soldados franceses, había
percibido claramente el graznido del cuervo. ,
Era la señal de los dos guerrilleros.
—¡Oh que noche más horrorosa! —repetía la aldeana retorcióndos9
las manos y acercándose á la ventana de su aposento para mirar hacia
la sierra, donde se había librado el combate —¡Todo ha concluido, nada
se oye ya!... El día se presenta espléndido! y
En efecto, en aquella hora los árboles y las flores silvestres parecía!
extremecerse con las primeras caricias del sol y despojábase la campa
de su blanco sudario, á su ardoroso contacto.
A los muros de Burgos, llegaba un campesino, montado en un 2
moso caballo y presentando á los centinelas su pasaporte, fué conducido
á presencia del gobernador Dubreton.
Este reconoció al criado de Pacífica, esto es, á Ricardo Navarro:
—Señor,—le dijo, —la columna ha sido derrotada.
—Lo sé,—vociferó el jefe francés que ya tenía conocimiento del de-
sastre por los artilleros que habían podido escapar.—¿Ha perecido tam”
bién él coronel?
—Lo he recogido herido del campo de batalla y no me ha pe!
su gravedad el traerlo hasta aquí en la grupa de mi caballo.
—¿Dónde lo habeis dejado?
—En una casa de labranza, á medta hora de distancia.
El furor de Dubreton no tenía límites.
—¡Pronto!—ordenó á los soldados, —mi caballo y una escolta!
Diez minutos después, el general con una numerosa escolta, Y
por Ricardo, llegaba á la casa de labranza donde había dejado *
Maceau.
Este se hallaba en estado gravísimo, pero en el pleno uso de su
cultades mentales.
Loco de desesperación se acercó á su lecho Dubreton.
El coronel fijó en él su apagada mirada.
—General, —balbuceó, —hemos sido víctimas de un cobarde lazo. ps
mensajero que habló con vuestra excelencia en la catedral era el mis
Ricardo Navarro... la traición ha sido infame... una mujer...
El moribundo se detuvo para lanzar un suspiro y recobrar aliento-
Las facciones de Dubreton asustaban,
del
n hel-
mitido
guiado
Ss fa”