18 LA MÁSCARA ROJA
Un año que nada sabía de él y esto era una prueba indudable de
que habría muerto y tal vez á manos del mismo asesino de sus hermanos:
Y ahora el infierno conducía otra vez á Nájera al bandido Riephe,
sin duda para que terminara su obra de destrucción en aquella casa.
Si, lo había visto en sueños, ascendido á oficial y á las órdenes del
general Clausel, que se hallaba en el pueblo.
Meditando sobre el pasado horrible y el inquieto presente, se $4
guaba con fervor, rezaba entre dientes algunas oraciones y decía:
—El fin del mundo ha llegado para nosotros, ese hombre fatal Se
acordará de Pilar y volverá... y nos ase...
—¡Padre!—dijo la dulce voz de la joven interrumpiendo sus lúgubres
pensamientos, —un joven muy simpático, desea hablaros inmediata-
mente.
El anciano se puso á temblar sobresaltado.
Para él, aquella visita estaba relacionada con Riephe.
—¿Cómo?—preguntó levantándose.
-—Viene de parte de...
—¿De quién, hija mía?—interrumpió con ansiedad.
—¡De vuestro hijo! —se apresuró á contestar la joven con alegría.
Es un amigo suyo, tiene tipo de militar.
El anciano tuvo que sostenerse en el sillón para no caer. q
—;¡De parte de mi hijo! —pudo tartamudear.—Díle que paso, sera y
mensajero de la noticia de su muerta... ¡Ah, por qué habré sobrevivido,
si tenía que apurar hasta la última gota de la amargura y morir al fin 8
manos de nuestro verdugo...!
—¡Nunca! —contestó una voz femenina, pero acentuada fuertem
en el dintel de la puerta. —¡Vuesto hijo vive, y el bandido de Riepho
nti-
enté
caerá en mi poder!
El anciano, tuvo una agradable sorpresa á la vista de aquel jov
—¿Mi hijo vive?—preguntó emocionado.—¿Sois compañero
¿Decidme dónde está?
Y una joven cubierto el rostro con un rojo antifaz le dijo que
Parroño era capitán de artillería, que iba con el duque de wellin
que dentro de dos meses volvería á verle.
Que por él había sabido el sangriento drama que le dejó sin h
la joven Pilar sin madre, así como también del infame atropello
en.
suyo:
el joven
gton y
jjos Y $
de que
ésta había sido víctima.
El rubor de la vergúenza, cubrió las mejillas de Pilar.
Viva ansiedad se reflejó en el rostro del anciano.
Su hijo vivía, era capitán de artillería y la consoladora esper
fuerzas á su abatido espíritu.
anza dió