22 LA MÁSCARA ROJA
Aquél había desaparecido.
Sin embargo el general en la duda sobre la verdad de aquella anóni-
ma confidencia y conociendo por experiencia propia la temeridad Y
astucia del guerrillero Navarro, cuyo recuerdo tenía grabado con sangre
en su diario de la guerra, se resolvió á dar por sí mismo una batida por
los alrededores de los poblados, aprovechando la oscuridad de la noche:
Montó á caballo y llevando á su lado al guía, salió de Nájera und
hora después, al frente de cuatro mil hombres.
Sin tropiezo alguno siguió el ejército el Ebro y á las once próxima-
mente hizo alto en Briones. :
Allí ordenó el general que comiera la tropa y que se le concediera
algún descanso.
Esta orden fué puesta al instante en ejecución, mientras
centinelas, colocados de uno en otro trecho de la campiña, guar
que los
daban
toda sorpresa.
Clausel se colocó con varios jefes y oficiales delante de un
abandonado y ruinoso que recordaba como otros tantos el paso d
caserón
e loS
franceses.
Entre los oficiales se hallaba Riephe, el cual estaba enc
transmitir al ejército las órdenes de su general.
Los soldados habían cortado las ramas de los árboles y enc
argado de
endierol
hogueras en toda la línea.
Cosa de una hora habría pasado, cuando Clausel dirigiéndose al
cial Riephe, le dijo:
—Id á pedir un poco de leña y un poco de fuego, 4 uiero
tarme.
—¿No quiere su excelencia comer?—le preguntó el bandido.
—Más tarde tal vez, —contestó el general.—Ese diablo de gue!
me tiene preocupado y sospecho que nos hará pasar una mal
—Lo hallaremos en el punto indicado por el guía.
—No tengo ninguna confianza... Ese hombre es un verdader
ma, siempre aparece por el lado opuesto al que se le busca.
Y sin decir más, entró el general en la ruinosa casa por una
de la pared destruida y partió Riephe á cumplimentar la orden que $0
había dado.
Clausel estaba realmente abismado en sus reflexiones. las
Se sentó sobre un montón de piedras y apoyando sus codos sobre “
rodillas y la cabeza sobre las manos, dejó escapar algunas frases an
articuladas, con voz llena de amargura pero que un sútil oído publo
podido percibir dos nombres, que acababan de murmurar sus lab10S:
El de Wel,ington y Navarro.
ofi-
calen”
pillero
a noche:
o fan tas”
abertura